viernes , 22 noviembre 2024
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Humanidades y bienestar

Cristina Crichton

Facultad de Artes Liberales

En una columna titulada La pandemia silenciosa, Loreto Cox nos alerta del creciente deterioro de la salud mental de jóvenes en EE. UU. y en otros países. Tal como ella señala, hay fuertes razones para relacionar –aunque no exclusivamente– este aumento con el uso de las diversas redes sociales y, por tanto, de los aparatos tecnológicos que dan acceso a ellas. En sus palabras, “es difícil pensar en una tecnología más omnipresente y revolucionaria para las relaciones humanas que el celular”. ¿Qué significan esta omnipresencia y carácter revolucionario? Las estadísticas que ella presenta dan carácter de urgencia a esta pregunta.

Si bien es cierto que cuando se intenta trazar el origen de un asunto filosófico casi siempre es posible remontarse hasta los pensadores griegos, hay relativo acuerdo en que la “filosofía de la técnica” alcanza su clímax a mediados del siglo XX. También hay suficiente consenso respecto del carácter fundamental que tuvieron las reflexiones acerca de la técnica que realizó el filósofo Martin Heidegger. De lo que no cabe duda, es que los planteamientos que encontramos desde entonces hasta hoy acerca de la técnica y la tecnología son diversos, iluminadores y fascinantes.

Son muchos los conceptos de la obra de Heidegger a los que se ha echado mano para articular las diferentes aristas que configuran una posible respuesta a la pregunta arriba planteada, tales como la dictadura de “el uno” (das Man/the they) y nuestra tendencia a tomar todo a la ligera y a hacer las cosas en forma fácil. Un desarrollo cabal de estas aristas sería aquí imposible, pero sí es posible mostrar la visión que subyace a todas ellas: “El poder oculto en la técnica moderna determina la relación del ser humano con todo lo que es”, nos dice Heidegger. Tal como se puede vislumbrar, esta frase apunta a una transformación radical de nuestra existencia. ¿Es posible que la dificultad para entender esta transformación, con sus matices y complejidades, y por tanto para hacer sentido de ella, sea al menos uno de los varios y variados ingredientes que configuran el fenómeno del creciente deterioro de la salud mental de los jóvenes? Hasta ahora, o al menos hasta que el ser humano siga siendo ser humano –advertiría Heidegger-, todo indica que sí. De aquí que este pensador nos señale que “Lo verdaderamente inquietante no es que el mundo se tecnifique enteramente. Mucho más inquietante es que el ser humano no esté preparado para esta transformación universal; que aún no logremos enfrentar meditativamente lo que
propiamente se avecina en esta época
”.

A la luz de estas palabras, parece sensato que se nos torne apremiante el generar espacios en los que la reflexión tenga lugar y pueda así ser parte del demandante proceso de meditación requerido (entre otras “cosas”, por supuesto) para vivir en nuestra época. De aquí que la relevancia de los proyectos educativos en donde las humanidades puedan desarrollarse de manera seria, sostenida y no sesgada, sea altísima.

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