Mary Macmillan
Facultad de Artes Liberales
Hace poco, un artista de la zona se adjudicó un Fondart de 21 millones de pesos. Si han seguido las noticias ya sabrán en qué terminó ese proyecto titulado Las palabras no alcanzan y que fue exhibido en el Parque Cultural. A propósito de este proyecto, quisiera darle un par de vueltas al uso del lenguaje que últimamente se filtra en el mundo de las artes y la academia.
Cito de la editorial de un medio, del jueves 18 de enero sobre el trabajo del artista en cuestión: “Perspectiva crítica a la herencia doctrinaria del shock, la exposición sumerge al público en las complejidades y contradicciones de la vida urbana en entornos tercermundistas (…) A través de modalidades insurrectas, despliega críticas al modo policial y extractivista que gobierna nuestras ciudades”.
El lingüista británico J.L. Austin, categorizaba allá por la década de los setenta el lenguaje en actos de habla. Y decía (voy a simplificar) que el lenguaje puede ser “constatativo” o “performativo”. Si yo digo, por ejemplo: “Está lloviendo”, estoy enunciando o constatando un hecho. Hasta aquí Austin. Vuelvo al lenguaje “teórico” que envuelve muchas de nuestras actuales prácticas artísticas- académicas. Se trata de un lenguaje que no es ni constatativo ni performático.
Se trata de un uso muy peligroso del lenguaje.
No es que nos estén mintiendo ni mucho menos nos están vinculando con el mundo referencial al decirnos todo eso que ya cité. Se trata de un uso muy peligroso del lenguaje, ese que ha perdido su ligazón con hechos, que nos envuelve en palabras sonoras y rimbombantes que no dicen nada.
Me acuerdo de esa famosa frasecita que Cervantes expone en su Quijote: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera que mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”. O si quieren podemos citar a Cantinflas con su: “A mí conmigo eso no, con tu más ni menos, menos tampoco… a no ser que tan solamente por si acaso, eso sí”.
Mucho de esto hay en estas propuestas artísticas. Preferiría que me mintieran (hay mentiras hermosas) o que fueran genuinamente rupturistas. Es decir, que rompieran esquemas teóricos y paradigmas de pensamiento, abriendo nuevos caminos de reflexión acerca de quiénes somos y quiénes queremos ser. Pero no es así, puro flatus vocis para confundir a jurados despistados y con poco tiempo para evaluar los proyectos seriamente.