viernes , 22 noviembre 2024
Inicio El purgatorio de la soledad

El purgatorio de la soledad

Dr. Jorge Antonio Ortega G.

[email protected]

A más de 700 días de la invasión de las tropas soviéticas al territorio de Ucrania, los combates, destrucción y desolación son el común denominador. La muerte de los soldados de ambos bandos y civiles continúa siendo la novedad del día a día; el odio se acrecienta en los sobrevivientes, la incertidumbre se desborda desmedidamente en su mente y no hay esperanza del diseño de alguna ruta hacia la paz. Los jóvenes mueren.

Los ancianos quedan atrapados entre escombros de lo que eran sus hogares, aferrados a la tierra que los vio nacer y a las tumbas de sus hijos y seres queridos. Su refugio normalmente es un mohoso sótano sin servicios de agua, electricidad y comunicación, están totalmente aislados y se les consigna por las tropas propias como “gente bajo tierra”.

Son cientos de ellos los identificados a lo largo de los extensos kilómetros de la línea del frente de combate; la soledad es su única realidad, es lo más parecido a un purgatorio entre vida y muerte. Lo que les queda en las paredes de lo que fueran sus hogares son fotografías de la familia, íconos religiosos y calendarios de hace dos años.

La guerra continúa con el agravante de que su germen está provocando otros conflictos.

Casas sin techos, ventanas rotas y jardines enmontados, maleza que empieza a cubrir la vergüenza de la estupidez humana, ese instinto primitivo de matarnos por cualquier excusa, como la de Caín, en el pretérito de los tiempos.

Rescato de una fuente abierta el relato de Iraida Kurylo, de 83 años: “He vivido dos guerras”, cuyas manos temblaban al recordar a su madre gritando cuando su padre murió en la Segunda Guerra Mundial; ella, en una camilla de la Cruz Roja debido a la fractura de la cadera provocada por una caída cuando trataba de refugiarse en un sótano debido a un bombardeo ruso.

Muchos de los ucranianos de la tercera edad no tienen dinero para irse y empezar una nueva vida en otro lugar o país, por lo que prefieren quedarse en lo que eran sus viviendas a pesar de los peligros por su cercanía a los combates diarios entre las fuerzas oponentes. La creatividad, debido a las necesidades básicas, les ha permitido desarrollar sistemas de supervivencia con la esperanza de lograr llegar al fin de la guerra.

Otro testimonio rescatado de las fuentes abiertas es el de Halyna Bezmertna, de 57 años, que se fracturó un tobillo al intentar protegerse del fuego de mortero de las tropas rusas, quien tiene otro motivo para permanecer en Siversk. “Le prometí a una persona muy querida que no lo dejaría solo”, susurró entre sollozos, que en el 2021 su nieto murió y fue enterrado en esa localidad próxima a la primera línea de combate.

Hay una serie de testimonios: “Viví aquí 60 años y no voy a renunciar a esto; queremos volver a casa, pero allí ya no quedó nada”. Lydia Pirozhkova, de 90 años, dijo que había sido obligada a abandonar su ciudad natal Bajmut, dos veces, la primera con la llegada de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y la segunda bajo el bombardeo ruso.

Dejé todo, perros y gatos, tomé mi bolso y me fui, pero olvidé mis dientes… es tentador intentar regresar por ellos, pero quizás ya sean propiedad de los invasores rusos.“Estoy pensando, ¿por qué necesito dientes?, nací sin dientes y moriré sin dientes”, dijo Pirozhkova.

Muchos perdieron sus casas cuando la presa Kakhovka en el río Dniéper estalló en junio pasado, con evidencias de un acto de destrucción de parte de las operaciones ofensivas de Moscú a la infraestructura pública ucraniana.

En fin, la guerra continúa entre Ucrania y la Federación Rusa, con el agravante de que su germen está provocando otros conflictos bélicos que amenazan la estabilidad económica y la fragilidad de la paz mundial. 

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Los ancianos quedan atrapados entre escombros de lo que eran sus hogares, aferrados a la tierra que los vio nacer y a las tumbas de sus hijos y seres queridos. Su refugio normalmente es un mohoso sótano sin servicios de agua, electricidad y comunicación, están totalmente aislados y se les consigna por las tropas propias como “gente bajo tierra”.

Son cientos de ellos los identificados a lo largo de los extensos kilómetros de la línea del frente de combate; la soledad es su única realidad, es lo más parecido a un purgatorio entre vida y muerte. Lo que les queda en las paredes de lo que fueran sus hogares son fotografías de la familia, íconos religiosos y calendarios de hace dos años.

La guerra continúa con el agravante de que su germen está provocando otros conflictos.

Casas sin techos, ventanas rotas y jardines enmontados, maleza que empieza a cubrir la vergüenza de la estupidez humana, ese instinto primitivo de matarnos por cualquier excusa, como la de Caín, en el pretérito de los tiempos.

Rescato de una fuente abierta el relato de Iraida Kurylo, de 83 años: “He vivido dos guerras”, cuyas manos temblaban al recordar a su madre gritando cuando su padre murió en la Segunda Guerra Mundial; ella, en una camilla de la Cruz Roja debido a la fractura de la cadera provocada por una caída cuando trataba de refugiarse en un sótano debido a un bombardeo ruso.

Muchos de los ucranianos de la tercera edad no tienen dinero para irse y empezar una nueva vida en otro lugar o país, por lo que prefieren quedarse en lo que eran sus viviendas a pesar de los peligros por su cercanía a los combates diarios entre las fuerzas oponentes. La creatividad, debido a las necesidades básicas, les ha permitido desarrollar sistemas de supervivencia con la esperanza de lograr llegar al fin de la guerra.

Otro testimonio rescatado de las fuentes abiertas es el de Halyna Bezmertna, de 57 años, que se fracturó un tobillo al intentar protegerse del fuego de mortero de las tropas rusas, quien tiene otro motivo para permanecer en Siversk. “Le prometí a una persona muy querida que no lo dejaría solo”, susurró entre sollozos, que en el 2021 su nieto murió y fue enterrado en esa localidad próxima a la primera línea de combate.

Hay una serie de testimonios: “Viví aquí 60 años y no voy a renunciar a esto; queremos volver a casa, pero allí ya no quedó nada”. Lydia Pirozhkova, de 90 años, dijo que había sido obligada a abandonar su ciudad natal Bajmut, dos veces, la primera con la llegada de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y la segunda bajo el bombardeo ruso.

Dejé todo, perros y gatos, tomé mi bolso y me fui, pero olvidé mis dientes… es tentador intentar regresar por ellos, pero quizás ya sean propiedad de los invasores rusos.“Estoy pensando, ¿por qué necesito dientes?, nací sin dientes y moriré sin dientes”, dijo Pirozhkova.

Muchos perdieron sus casas cuando la presa Kakhovka en el río Dniéper estalló en junio pasado, con evidencias de un acto de destrucción de parte de las operaciones ofensivas de Moscú a la infraestructura pública ucraniana.

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