Jaume Aurell
Catedrático de Historia Medieval
Pero no basta admirarlo como se aprecia un monumento inerte, si no actualizarlo, si no queremos caer en ese vicio tan feo de la modernidad que es confundir el tradicionalismo con el sano apego a la propia tradición – esa parte del pasado que, fruto de una densa interacción de una generación a la siguiente, sigue existiendo en el presente.
Y, sin embargo, la reputación de Europa está en entredicho. Le está pasando, casi a la letra, aquello de que “quien a hierro mata, a hierro muere”, porque está sufriendo en sus carnes la misma lógica de la Leyenda Negra que ella misma arrojó hacia una de sus componentes más insignes, España.
El resto de civilizaciones – Rusia, Islam y China especialmente – están aprovechando hábilmente la baja autoestima que, desde la Segunda Guerra Mundial y los procesos concomitantes de la descolonización, se han instalado, artificial y acríticamente, entre los propios ciudadanos europeos.
La realidad es que la anciana dama europea conserva todo su poder de seducción.
Honestamente, no sé si esas otras civilizaciones están en condiciones de dar muchas lecciones morales a Occidente, pensando en sus acciones en el pasado y en el presente. Pero incluso aceptando aquello de que “mal de muchos, consuelo de tontos”, la paradoja que me inquieta es que muchas de esas críticas provienen de intelectuales o activistas extra-occidentales.
Ellos han lanzado sus ideas anti-europeas desde las universidades occidentales, porque desde sus propios centros intelectuales originarios no pueden ejercer libremente su labor.
Esto ha tenido unas consecuencias bien perceptibles en la vida pública, que los propios occidentales han asumido con una frivolidad y una sumisión intelectual sobrecogedoras: desde la desmitificación de sus héroes, desde Colón a Isabel la Católica, pasando por el (hasta ahora desconocido) fray Junípero Serra, al derribo de sus símbolos: desde sus esculturas hasta sus obras artísticas, producciones literarias y realizaciones culturales más representativas.
Y, sin embargo, ¿hay tantos motivos para caer en esa baja autoestima? La realidad es que la anciana dama europea conserva todo su poder de seducción, por su patrimonio del pasado y su atracción en el presente.
Basta una sencilla exploración en Google para acreditar que Europa sigue siendo el continente más visitado por los turistas de todo el mundo, el destino soñado por emigrantes de todo el planeta, el territorio donde las coberturas sociales son universales, la tierra prometida para la libertad de expresión, el espacio político donde la democracia está más consolidada, el lugar donde los derechos de las minorías son más respetados, la plaza donde hay mayores índices de seguridad, y la atmósfera donde los intelectuales pueden lanzar sus ideas del tipo que sea sin temor a ser represaliados.
Continuará…