Ignacio López Goñi
Catedrático de Microbiología y director del Museo de Ciencias
El Universo aparece como “todo un montaje”, una mecánica con una precisión increíble en la que cada etapa depende de improbables ajustes y engranajes complejos, indispensables, que encajan unos con otros para permitir la existencia y el funcionamiento del conjunto.
Es lo que algunos han llamado el principio antrópico, esa aparentemente increíble serie de coincidencias que permiten nuestra presencia en un Universo que parece haber sido perfectamente preparado para garantizar nuestra existencia.
Desde la fuerza de la gravedad, la fuerza electromagnética, la velocidad de la luz, la constante de Planck, la carga y la masa del electrón y del protón… Según esto, es difícil sostener que el Universo, la materia y el salto de lo inerte a lo vivo hayan surgido del caos, o que el azar y la probabilidad sean la única causa. El materialismo y el azar siguen siendo un desafío y por sí solos no pueden explicar toda la realidad. Una hipótesis razonable y coherente.
La ciencia y la fe se complementan en su fin último.
En mi opinión, todos estos argumentos no son demostraciones de la existencia de Dios. La ciencia no puede probar la existencia de Dios, como tampoco puede demostrar que no exista. No es necesario que la ciencia apoye a la fe. Para explicar el mundo que nos rodea no es necesaria una intervención directa de Dios, lo que se suele denominar el “Dios de los huecos”.
Cuando hay un “hueco”, algo que no entiendo o para lo que no tengo explicación científica, echo mano de Dios que con su dedo mágico me rellena el hueco. Una “hipótesis” muy atractiva pero quizá no imprescindible. Viene bien aquí recordar la cita “la Biblia no nos dice cómo es el cielo, sino cómo ir al cielo”. Pero lo que sí demuestran los autores es que la ciencia no necesariamente aleja de Dios y que creer en Dios es algo “razonable”, que para un hombre o una mujer de ciencia en pleno siglo XXI tiene sentido ser creyente.
La fe no es irracional, no es un “complemento”: es también una manera consistente de entender la realidad. La ciencia y la fe se complementan en su fin último, que es el conocimiento de la verdad del mundo y del ser humano. La ciencia nos va a interrogar y nos va a dar respuesta (o por lo menos lo va a intentar) sobre cómo son las cosas. Y la fe lo que nos dará a algunos es la razón, el sentido, el porqué. Pero no son territorios independientes, sino complementarios.
Para las personas que tenemos fe, esta es un estímulo para seguir investigando apasionadamente, porque cuanto más se conoce el mundo que nos rodea, más se conoce a Dios. ¿Y si surge algún tipo de contradicción entre lo que me dice la ciencia y lo que me sugiere la fe? La realidad es una, esas aparentes contradicciones son un estímulo para seguir estudiando e investigando más.
Como escribe Robert W. Wilson (Premio Nobel de Física de 1978) en el prólogo del libro: “Un ser superior podría estar en el origen del Universo; aunque esta tesis general no me parece una explicación suficiente, acepto su coherencia”. La afirmación “la ciencia no desmiente la existencia de Dios, sino que más bien la prueba” propone un debate esencial sin insultos ni degradaciones ni cancelaciones.