Ana Sánchez de la Nieta
Revista Nuestro Tiempo
Historias interiores. Algo parecido —ese detenerse a escuchar el susurro de Dios en el cine actual— es lo que hace Pablo Alzola en su ensayo. El autor analiza varias decenas de títulos recientes, la mayoría de temática profana y, evitando el ruido del ambiente, el devenir de los acontecimientos, la materia más superficial de la historia —un wéstern, un biopic, un thriller psicológico— bucea en lo que el catedrático de Estética y Teoría de las Artes y experto en guion Antonio Sánchez-Escalonilla señala como esencial en cualquier drama: las historias interiores. Es ahí donde Alzola descubre la presencia de Dios en el cine.
En unas historias que, al mismo tiempo, se reflejan —y son los sugerentes títulos de los capítulos— en los paisajes, en los rostros, en los interiores, en las dudas, en los conflictos de conciencia, en la creación y, por supuesto, en la muerte. Habla Alzola de películas protagonizadas por sacerdotes y monjas —como Ida, De dioses y hombres, Silencio o Calvary— o por personajes de sólidas convicciones religiosas, como los objetores de conciencia Desmond Doss (Hasta el último hombre) o el beato Franz Jägerstätter (Vida oculta). Pero también —y reconozco que han sido los análisis con los que he disfrutado más— de adolescentes en plena crisis de crecimiento, como la protagonista de Lady Bird; de madres coraje que esconden su dolor con un envoltorio de ira y venganza, como Frances McDormand en Tres anuncios en las afueras; o de nómadas que, en el ocaso de su vida, tratan de encontrar un sentido a esa vida y a ese ocaso (Nomadland). Concluye Alzola, o quizás le estoy sobreinterpretando, que, al final, los dilemas, los conflictos, las dudas y la resurrección de los misioneros de Japón en Silencio no son muy diferentes a los de la rebelde Christine en Lady Bird. Y, sobre todo, que al final unos y otros contamos con esa presencia y ayuda. Cuando el cine se toma en serio al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, es fácil descubrir al Creador en la pantalla. Y al final resultará que sí. Que Dios va con mucha frecuencia al cine.