domingo , 24 noviembre 2024
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¿Dios va al cine? (I)

ANA SÁNCHEZ
DE LA NIETA
Revista Nuestro
Tiempo

El éxito de e Chosen y las sorprendentes cifras de Libres, un documental español sobre la vida en clausura, que después de 10 semanas en cartel, había superado los 80 mil espectadores y los 530 mil euros de recaudación, son solo un botón de muestra del interés creciente por el cine de temática religiosa que me llevó a preguntarme por la presencia de Dios en el cine.

Pero no como espectador, sino como personaje. Y no estoy pensando en La Pasión, de Mel Gibson, o en el Jesús de Nazaret, de Zefirelli, porque es evidente que en el cine religioso Dios es el protagonista. Pero dónde está Dios en ese otro cine, mayoritario, el que no solo no es religioso, sino que —como refleja Damien Chazelle en la fallida Babylon— encierra entre escenarios todo tipo de excesos, maleantes y depravados.

¿Hay algún sitio para Dios allí? En mi auxilio vino Pablo Alzola, un joven académico, experto en la obra de Terrence Malick, que acaba de publicar El silencio de Dios en el cine. Alzola cuenta en la introducción de su ensayo que ideó el título cuando, en plena pandemia, vio El gran silencio, una cinta alemana que consiguió meter en los cines a medio millón de espectadores. Lo que le pasó a Alzola al verla me recordó a lo que había sentido yo en su día, en el ya lejano 2005.

El documental, que refleja la vida de unos monjes cartujos, había ganado el Premio del Jurado en el Festival de Sundance.

El documental, que refleja la vida de unos monjes cartujos, había ganado el Premio del Jurado en el Festival de Sundance. Eran 164 minutos de absoluto silencio y contemplación. El gran silencio, por supuesto, hablaba de Dios. Pero lo más sorprendente es lo que pasaba, o lo que al menos a mí me pasó, después de verla.

Someterse a una experiencia tan radical de silencio de más de dos horas y media me permitió escuchar a lo largo de las horas siguientes ruidos y sonidos que no había escuchado antes. Recuerdo como si fuera ayer —y pronto hará veinte años— salir ya entrada la noche de la sala donde se celebraba el pase y escuchar el sonido del viento o, minutos después, el repicar del agua que caía del grifo. Eran sonidos en los que nunca había reparado. Aunque hubieran estado siempre allí.

Continuará…

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