Mariana Betancourt, Claudia Burgos, Paula Rodríguez y Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo
Una de las primeras aproximaciones científicas a este poliédrico concepto se enunció en 1959. La psiquiatra alemana Frieda Fromm-Reichmann se sentó frente a frente con la soledad más descarnada en su consulta. La doctora relata su acercamiento a una joven paciente catatónica, incapaz de comunicarse y en estado de ansiedad.
Le preguntó cómo de desdichada se sentía. Entonces ella le mostró su mano, con el pulgar hacia el cielo y el resto de dedos aprisionados en la palma. Fromm-Reichmann interpretó aquella señal —“solo podía ver el pulgar, aislado de los cuatro dedos ocultos”— y con voz compasiva dijo: “¿Tan sola?”.
En ese instante, “la expresión de su rostro se relajó, como si sintiera un gran alivio y gratitud, y sus dedos se abrieron”. Una sola mirada empática bastó para que la mujer empezara a soltar lastre.
La doctora relata su acercamiento a una joven paciente catatónica, incapaz de comunicarse y en estado de ansiedad.
Aquel estremecedor encuentro fue el detonante que la impulsó a comunicar todo lo que había aprendido a partir de los testimonios de sus pacientes y de otras vivencias propias. Su ensayo Loneliness rompió el silencio sobre la soledad.
La acotó como el anhelo de intimidad interpersonal que acompaña a cada ser humano desde la infancia hasta la vida adulta. Y formuló la amenaza universal que sentimos por su posible pérdida: “La soledad parece ser una experiencia tan dolorosa y aterradora que la gente hará prácticamente cualquier cosa para evitarla”.
Este miedo, según describió la psiquiatra, origina dos realidades que agudizan la tragedia del aislamiento. Por un lado, las personas que no se sienten solas rehúyen a los solitarios, ya que temen contagiarse. Y, por otro, las personas que sufren soledad se encierran en sí mismas y no pueden ver al prójimo que atraviesa una circunstancia similar. “Produce la triste convicción de que nadie más ha sentido, o sentirá nunca, lo que están experimentando”, afirmó Fromm-Reichmann.
Las definiciones actuales no distan mucho de las publicadas hace seis décadas, pero ahora la preocupación tiene nombre y apellido: Soledad No Deseada. Desde el Observatorio Estatal SoledadES, se refieren a ella como la experiencia personal negativa en la que un individuo necesita comunicarse con otros y percibe carencias en sus relaciones sociales, bien porque tiene menos de las que le gustaría o porque no encuentra en ellas el apoyo emocional que espera.
Una acepción que comparte José Ángel Palacios, coordinador de Comunicación y Fundraising de la ONG Grandes Amigos. Según subraya, tanto la falta de vínculos como su pobre calidad configuran el “sentimiento subjetivo de que la vida afectiva no es satisfactoria”.
Continuará…