Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
La iconografía presenta a los santos Pedro y Pablo a los lados del blasón con los atributos episcopales en el primer cuerpo. El segundo cuerpo está presidido por la figura del titular con sendos relieves hoy perdidos y que podemos identificar gracias a fotografías antiguas.
En el de la izquierda se representó el momento previo a la muerte del santo en su lecho en Logroño, en el momento en que se incorporó y bendijo a sus discípulos. El compartimento de la izquierda se reservó a la llegada de la caballería con el ataúd del santo al monte de Piñava, en donde ya había una pequeña iglesia y un ermitaño que, recostado, asiste a la escena.
El padre Andrés de Salazar describe este pasaje así en el capítulo décimo octavo de su obra (1624) cuando afirma: “Y lo mismo la tercera vez, que vino a ser cerca de donde está ahora la iglesia y basílica de este gloriosísimo santo, que es en la cumbre y cima de una montaña no muy alta, aunque por algunas partes es fragosa …. Estaba para cuando llegó allí el cuerpo santo fundada ya una ermita o iglesia que se llamaba San Salvador de Piñava …
En el cascarón se ubicaba un gran relieve de la Asunción de la Virgen.
En esta dicha iglesia vivía un varón santísimo haciendo vida eremítica, el cual con la devota gente de la tierra y con los de la bendita familia de San Gregorio pusieron su santísimo cuerpo, sin duda alguna, entre otras innumerables reliquias de santos mártires que allí había…”. En el cascarón se ubicaba un gran relieve de la Asunción de la Virgen, visible en la obra de Madrazo, publicada en 1886, si bien ya no aparece en la fotografía de 1916.
En sus líneas generales seguía el modelo del grupo asuncionista del retablo mayor de Miranda de Arga, obra del mencionado José de San Juan (1700-1704). Una cabecera rococó con distintos niveles de ornato. Como es bien sabido, el viaje peninsular de la Santa Cabeza de 1756, a petición real, para luchar contra una gran plaga de langosta, posibilitó unas saneadas cuentas con las que se impulsó la construcción de la nueva cabecera y su decoración según los usos del rococó.
Dada la importancia y significado del proyecto, se requirieron, en 1758, planos a fray José de San Juan de la Cruz, carmelita descalzo entonces residente en Logroño, José Marzal y Gil de Tudela y al maestro del colegio de Loyola Fernando Agoiz. El plan elegido fue el del fraile, con una cabecera y brazos del crucero formando un trilóbulo cubiertos por casquetes y gran cúpula sobre tambor en el espacio del crucero.
Los muros y, especialmente, las cubiertas se cubren con un orden con yeserías de finas rocallas en un ambiente de iluminación contrastada. Estructuras, ornato y luz convierten a este crucero en un conjunto espectacular y colorista, a lo que colaboran los retablos dorados y los colores de las yeserías sobre fondo blanco.
Continuará…