Jesús M. Usunáriz
Catedrático de Historia Moderna
En él, esta figura, la mujer malvada y marginada se convierte en el símbolo de la lucha de los oprimidos, herederos de una vieja religión, en donde ella ocupaba un lugar privilegiado como sabia sanadora y como protagonista del Sabbat, entendido como un momento de liberación para unas mujeres perseguidas.
La influencia de Michelet se dejaría notar tanto en el mundo literario, por ejemplo en algunos de los textos de Pío Baroja (La dama de Urtubi). También, con posterioridad, en los trabajos de la antropóloga Margaret Murray, que asoció la brujería con la perduración de viejos cultos de fertilidad supuestamente presentes desde el Paleolítico.
Ciertamente la caza de brujas fue una triste realidad en Europa.
Ambas formas renovadas de contemplar el fenómeno de la brujería (las de Michelet y Murray) son en gran parte las recuperadas y reelaboradas por los movimientos feministas del siglo XXI.
¿Realidad o leyenda? Ciertamente la caza de brujas fue una triste realidad en Europa. Pero no hay que olvidar que la bruja bien se vea como una mujer terrible causante de todo tipo de males, como símbolo de la superstición o como heroína rebelde, fue, sobre todo, fruto de la necesidad de dar respuestas una población angustiada ante sucesos inexplicables.
Esta exigencia se vio enriquecida por la imaginación de inquisidores, jueces y escritores y, a veces, por la de historiadores y antropólogos, adaptada en cada época a los intereses y preocupaciones de determinada élites o grupos ideológicos y a las modas y gustos de una población siempre atraída por lo mágico y lo misterioso.