Gonzalo Andrés Serrano
Facultad de Artes Liberales
Hasta hace medio siglo, las dunas de Viña del Mar y Concón fueron un lugar olvidado. Gigantes masas de arena que constituían una frontera natural hacia el desarrollo inmobiliario y que servían de atracción para algunos visitantes que se interesaban en imaginar cómo era caminar en el desierto.
Hasta hace medio siglo, las dunas de Viña del Mar y Concón fueron un lugar olvidado. Gigantes masas de arena que constituían una frontera natural hacia el desarrollo inmobiliario y que servían de atracción para algunos visitantes que se interesaban en imaginar cómo era caminar en el desierto.
Mis primeros recuerdos relacionados con ellas son de niño, yendo a recorrerlas, caminando sin un destino, con los zapatos y los calcetines en la mano para avanzar más rápido, confiando en que no iba a encontrarme con un vidrio enterrado. Ahí se podía saltar, correr y lanzarse de cabeza confiado en la amortiguación de la arena.
El viaje habitual era bajarse en la avenida Edmundo Eluchans y recorrer la extensa duna hasta la bajada que daba a la playa los Lilenes para tomar la micro de regreso rumbo a Viña, después de haberse sacado la arena de los pies.
Mis primeros recuerdos relacionados con ellas son de niño, yendo a recorrerlas, caminando sin un destino.
Un largo e infructuoso proceso, porque la sensación de la arena en los dedos y en la cabeza no se acababa hasta que uno terminaba en la ducha. Luego, los retos por dejar el piso con arena y la difícil tarea de deshacerse de ella con una escoba.
Ya más grande, las dunas se transformaron en lugar apreciado para juntarse con los amigos a corretear y hacer una fogata. En esa época, la verdad es que no había mayor conciencia sobre el medioambiente y pocos se cuestionaban si eso hacía daño o no. Lo común era que las personas botaran las botellas y las latas en la misma duna, sin preocuparse de llevar la basura.
Eran los mismos años en que tampoco había un control sobre los vehículos con doble tracción que se internaban en la duna por un camino que ya estaba marcado y al que se frecuentaba los fines de semana. Sin ningún control de los carabineros, los jeeperos probaban sus habilidades y la potencia de sus Vitaras o Troppers que por esos años estaban de moda.
Continuará…