Mariona Gúmpert
Columnista de opinión y cultura en ABC y Vózpopuli
@MarionaGumpert
En plena canícula, estío —¡que no hastío!—, en mitad del siempre maravilloso verano, muchos habrán tomado partido entre la dicotomía definitiva de la estación, que no es playa o montaña sino ensayo o novela. Don Alejandro Llano, exrector de la Universidad de Navarra y catedrático de Metafísica, siempre lo ha tenido claro: ¡novela! Tuve el privilegio inmerecido de ser la última de sus muchos doctorandos. Una de las lecciones más útiles que aprendí junto a él fue la de valorar la buena literatura tanto como la filosofía. No es esta una actitud que suela encontrar entre mis compañeros columnistas, a excepción de algunos como Juan Carlos Girauta o Fernando Bonete. Hace ya más de una década, don Alejandro me regaló una lista de títulos imprescindibles que debería leer en algún momento de mi vida. De entre ellos, el último que escogí fue Los demonios, de Dostoievski. El escritor ruso es uno de mis autores favoritos, y el hecho de conocer la buena opinión que de esta obra tienen Bonete y Girauta me reafirmó.
Nunca podré agradecerles lo suficiente a los tres el haberme descubierto esta novela. En ella se anticipan muchos de los grandes males que nos aquejan, fruto de la filosofía moderna y sus intentos de imaginar en abstracto cómo deberíamos ser las personas. En estado de naturaleza carecemos de maldad, nos venden Rousseau y su teoría del buen salvaje, mientras que Hobbes nos cuenta que el hombre es un lobo para el hombre (y la mujer una víbora para la mujer, añaden algunos entre risas). Desde este prisma, la consecuencia lógica se concreta en el anhelo de resetear a la sociedad, inventarla desde cero y como Dios manda. El “Quita, déjame a mí, que tú no sabes” hecho obsesión filosófica. He llegado a carcajearme en plena noche con la ridiculización que hace Dostoievski de las disputas entre revolucionarios, un Frente Popular de Judea de los Monty Python en versión decimonónica.
Continuará…