Javier de Navascués
Catedrático de Literatura Hispanoamericana
Facultad de Filosofía y Letras
Vargas Llosa, con mano maestra, empieza a bordar el protagonismo de un personaje en apariencia secundario, que se revela como un auténtico hombre de estado. Muchas cosas se han dicho de La fiesta del chivo. Pero tal vez el mayor acierto de Vargas Llosa en una de sus novelas más completas, si no la mejor, sea la creación de Balaguer, un individuo misterioso, hermético, al que todos menosprecian por su carácter tranquilo, pero acaban respetando por su inteligencia para manipular a unos y otros sin que nadie le ponga la mano encima.
Sus intenciones son nobles o, al menos, es lo que el lector quiere creer. Es un individuo tan reservado que hasta los mismos lectores de la novela se preguntan qué es realmente lo que le mueve. Pero no cabe dudar de su valentía ni de su serenidad en las situaciones más difíciles. Tampoco Balaguer olvida el pragmatismo que imponen las circunstancias: tiene que ignorar las atrocidades que los sicarios de Trujillo cometen a sus espaldas mientras él va hablando con unos y otros para destruir desde dentro el régimen dictatorial.
Sus intenciones son nobles o, al menos, es lo que el lector quiere creer. Es un individuo tan reservado que hasta los mismos lectores de la novela se preguntan qué es realmente lo que le mueve. Pero no cabe dudar de su valentía ni de su serenidad en las situaciones más difíciles.
Solo al final, cuando consiga eliminar pacíficamente a todos sus rivales, llegará a condecorar a los supervivientes de la represión. Con prudencia (porque es consciente de su debilidad inicial), Balaguer va desmantelando el aparato represivo creado por Trujillo, recompone las relaciones con la Iglesia católica, se acerca a Estados Unidos y se termina ganando a la opinión pública.
Su idea, como repite una y otra vez cuando es dueño de la situación, es llevar al país a la democracia. Aunque la realidad histórica fue algo más compleja, la novela deja con un final “feliz” al presidente Balaguer, iluminado por los flashes de la prensa internacional.
He aquí, pues, la lección con que concluye el devenir peligroso de un político civilizado en un medio hostil. Solo gracias a la firmeza unida a la prudencia, y (cómo no) a una pizca de buena suerte, ese héroe gris que es Joaquín Balaguer consigue vencer a sus enemigos.