Sarali Gintsburg
Investigadora del Instituto Cultura y Sociedad
Alos nativos del norte de África pronto se unieron los nativos del África subsahariana, en su mayoría de las antiguas colonias francesas. En la década de 1990, el problema de los banlieues alcanzó proporciones significativas. Pero entonces, era impensable hablar públicamente de los problemas de los suburbios y del racismo que devoraba a la sociedad francesa.
Este tabú fue roto por el entonces jovencísimo director francés Mathieu Kassovitz y su ahora icónica película El Odio (1995). Se basa en una historia real, la de Makome M’Bowole, un joven de diecisiete años de origen zaireño a quien la policía había matado a tiros dos años antes. Retrata la vida de tres jóvenes de los suburbios: un judío, un marroquí y un africano subsahariano e invitó a la sociedad francesa a reflexionar sobre el hecho de que el odio no es la respuesta, sino algo inherentemente destructivo.
Este tabú fue roto por el entonces jovencísimo director francés Mathieu Kassovitz y su ahora icónica película El Odio.
“El odio atrae al odio”, dice Hubert, un joven de origen subsahariano y uno de los principales protagonistas del filme. Durante los casi treinta años posteriores a la película, el Gobierno francés intentó remediar la situación, pero estos intentos se concretaron principalmente en inversiones en infraestructura, no en la integración de los inmigrantes y sus hijos en la sociedad. Desde hace tres generaciones, los niños de los suburbios viven inmersos en un odio que parecen sentir por todo.
En medio de las protestas, Laurent-Franck Liénard, el abogado del policía que disparó a Nahel, recordó que su cliente, acusado de asesinato, está en la prisión de Paris La Santé a la espera de juicio. Y preguntó: “El policía está en la cárcel, ¿qué más quieren los manifestantes?”. En el mismo discurso, el abogado respondió a su propia pregunta retórica: “No quieren justicia, expresan rabia”.
Detrás hay una gran verdad, si nos fijamos en los objetivos que persiguen los que protestan. Son los edificios públicos que se suponía debían servirles a ellos y a sus familias, el transporte público, las escuelas, los jardines de infancia, los restaurantes y las tiendas. La estación de autobuses incendiada en Aubervilliers (Seine-Saint-Denis) sirvió a los mismos suburbios que siempre se quejan de las carencias.
Continuará…