Elina Svitolina dio a luz a su primera hija, Skai, hace nueve meses. La ucraniana, casada con el también tenista Gael Monfils, se tomó, a sus 27 años, un parón para ser madre y dejó la raqueta a un lado.
En el momento del punto y aparte, Svitolina estaba entre las 20 mejores del mundo y en su carrera aparecían 17 títulos WTA, una Copa de Maestras y una medalla de bronce olímpica, además de haber sido la número 3 del mundo.
Tomó una de las decisiones más difíciles del deporte femenino, parar completamente para ser madre, y estuvo fuera algo más de un año. Volvió a competir en abril de este año, en torneos menores y en algunos importantes, como Madrid y Charleston, donde recibió invitaciones para poder mejorar su clasificación.
Luego de perder cuatro de sus cinco primeros partidos, la ucraniana hizo primero semifinales en Saint Malo, un torneo modesto que le sirvió para entrar en el top 600, y en mayo ganó el de Estrasburgo, el que la catapultó para meterse dentro de las 200 primeras y llegar a Roland
Garros con las pilas cargadas.
En París no falló. Cuartos de final, eliminada por una bielorrusa, quizás lo más duro de aceptar, porque tuvo que aguantar el abucheo de la grada por su decisión de no dar la mano a Victoria Azarenka al finalizar el partido.
No es algo personal, es el código que han aceptado las ucranianas a la hora de enfrentarse a las rusas y bielorrusas. Porque además de la maternidad, Svitolina ha tenido que lidiar con la guerra en su país desde febrero del año pasado.
La ucraniana derrotó a Iga Swiatek en 3 sets (7-5, 6-7 (5) y 6-2) y se enfrentará a Marketa Vondrousova por un puesto en la final. Es la segunda madre que aspira al título en años consecutivos, después de que Tatjana Maria cayó contra Ons Jabeur en semis de 2022.