sábado , 23 noviembre 2024
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El retrato femenino: la visibilización de las mujeres (III)

Pilar Andueza Unanua
Profesora en la Universidad de La Rioja y miembro de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Lamentablemente, los retratos femeninos de la Edad Moderna también son escasísimos. Ajenos ya al ámbito funerario, los más destacados se corresponden a Catalina de Alvarado, marquesa de Montejaso, y a Manuela Munárriz, marquesa de Murillo. Ambos fueron ejecutados en la Villa y Corte de Madrid, junto a los de sus respectivos esposos, Juan de Ciriza, secretario de Felipe III, y Juan Bautista de Iturralde, ministro de Hacienda con Felipe V. Estaban destinados, con una clara finalidad comunicativa, a los conventos que ambos matrimonios patrocinaron en Navarra: el de agustinas recoletas de Pamplona y el de clarisas de Arizkun.

De extraordinaria calidad resultan los lienzos de los marqueses de Montejaso firmados por Antonio Rizzi en 1617, quien siguió con precisión la elegancia de los modelos cortesanos. Frente a la austeridad del varón, el de Catalina de Alvarado denota gran virtuosismo y minuciosidad. De rostro realista, aparece con saya negra de mangas acuchilladas bajo las que asoman las manguillas bordadas en plata y rematadas con puños de encaje a juego con la gorguera de gran tamaño. Completa su imagen, como las reinas e infantas, con una diadema y abundantes y extraordinarias joyas. La marquesa, que merced al uso de cotilla y verdugado transmite un hieratismo mayestático, acaricia un perro blanco, símbolo de fidelidad, situado sobre un bufete vestido con un tapete carmesí. .

Frente a la austeridad del varón, el de Catalina de Alvarado denota gran virtuosismo y minuciosidad.

Mucho más sencillo, como el de su esposo, resulta el de Manuela Munárriz, obra atribuida a Antonio González Ruiz, que debió de llegar desde Madrid a Baztán hacia 1739. La señora, sentada frente a una mesa con un gran cortinaje de fondo, luce un vestido de terciopelo verde oscuro adornado con un galón dorado y se enjoya con diadema, pendientes y cruz de pescuezo, todo ello de oro y brillantes. Un libro de oraciones en su mano y una estampa de Santo Domingo sobre la mesa dejan patentes sus profundas convicciones religiosas.

El deseo de mostrar ante la sociedad el prestigio profesional, económico y social alcanzado se observa en los cuadros de quienes formaron parte de “la hora navarra del XVIII”, principalmente hombres de negocios y militares. Al ámbito de estas familias pertenece el retrato de la madrileña Mª Antonia de Goyeneche e Indaburu, de ascendencia baztanesa, hija de los marqueses de Belzunce y condes de Saceda, y nieta de Juan de Goyeneche, que llegó a Pamplona para casarse con Joaquín Vicente Borda y Goyeneche.

Continuará…

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