Ramiro Pellitero
Profesor de la Facultad de Teología
Les ponía Francisco en guardia frente a dos interpretaciones o tentaciones: “Primero, una lectura catastrofista de la historia presente, que se alimenta del derrotismo de quienes repiten que todo está perdido, que ya no existen los valores del pasado, que no sabemos dónde iremos a parar”.
En segundo lugar, el riesgo “de la lectura ingenua de la propia época, que en cambio se basa en la comodidad del conformismo y nos hace creer que al fin de cuentas todo está bien, que el mundo ha cambiado y debemos adaptarnos, sin discernimiento; esto es feo”.
Para evitar estos dos riesgos, el derrotismo catastrofista y el conformismo mundano, “el Evangelio nos da ojos nuevos, nos da la gracia del discernimiento para entrar en nuestro tiempo con actitud de acogida, pero también con espíritu de profecía”; es decir, acogiendo el tiempo que vivimos, con sus cambios y desafíos, sabiendo distinguir los signos de la venida del Señor.
Todo ello, sin mundanizarse, sin caer en el secularismo, vivir como si Dios no existiera, en el materialismo y el hedonismo, en un “paganismo blando” y anestesiado. Y por el otro extremo, sin encerrarnos, por reacción, en una rigidez de “combatientes”; porque las realidades que vivimos son oportunidades para encontrar nuevos caminos y lenguajes, nuevas purificaciones de cualquier mundanidad.
Las realidades que vivimos son opor- tunidades para encontrar nuevos caminos
¿Qué hacer entonces? He aquí las propuestas del papa. Fomentar el testimonio cristiano y la escucha, también en medio de las dificultades (como la disminución de vocaciones y, por tanto, el aumento del trabajo pastoral). Y siempre sobre la base de la oración, que protege la fortaleza de la fe y del trato entusiasta con los jóvenes.
No tener miedo al diálogo y al anuncio, a la evangelización y a la bella tarea de la catequesis. Impulsar la formación permanente, la fraternidad, la atención a las necesidades de los más débiles. Huir de la rigidez, del chismorreo y de las ideologías. Promover el espíritu de familia y de servicio, la misericordia y la compasión.
Como en otros viajes pastorales, no podía faltar el encuentro con los pobres y refugiados. En este contexto, y agradeciendo los esfuerzos de la Iglesia en Hungría, en tantos frentes caritativos, Francisco habló con fuerza de un desafío impresionante, en la línea de lo que ya advirtieron tanto San Juan Pablo II como Benedicto XVI: “Que la fe que profesamos no sea prisionera de un culto alejado de la vida y no se convierta en presa de una especie de ‘egoísmo espiritual’, es decir, de una espiritualidad que me construyo a la medida de mi tranquilidad interior y de mi satisfacción”. Continuará…