Paula Rodríguez Mora
Revista Nuestro Tiempo
La historia no sería la misma sin aquellas mentiras nobles que encontramos entre archivos vetustos o legajos en idiomas muertos que heredan la tradición oral. Esas huellas nos ayudan a comprender el pasado. Sin embargo, las figuras históricas se ven envueltas a menudo en relatos que recuerdan fábulas.
Los casos más evidentes de mitificación se podrían atribuir a los héroes nacionales, que la unanimidad ha investido con este título casi mesiánico. En la lista de ejemplos que nos ofrece la historiografía, reconocemos en el Cid, William Wallace, Simón Bolívar y Gandhi, cómo se hermosean sus biografías. Imponentes, valientes y osados son algunos elogios que adjetivan sus hazañas hasta idealizarlos de intachables.
Lo que se camufla en una admiración colectiva nos condena al peligroso juego de manipular la verdad. ¿Por qué se soba su historia? La misión principal de estos héroes es levantar la identidad de una nación o diseminar un mensaje ideológico. Pero, muchas veces, su significado trasciende a esa comunidad y el papel les otorga una sobrecarga emocional para triunfar. Se revelan similitudes en los criterios para aspirar al puesto de héroe nacional, a pesar de los matices geoculturales.
Primero, ser hombre: después de Juana de Arco, las heroínas oficiales se pueden contar con los dedos de una mano, y sobran dos. Segundo, haber combatido en alguna batalla, mejor si es de independencia. Tercero, el factor curioso que lo vuelve único: desde el doble destierro del Cid hasta la huida de prisión gracias al pueblo escocés de William Wallace.
Merece la pena revisar con cuidado la realidad de los hechos
Tras su fallecimiento, entra en vigor la conmemoración. Aunque no empieza de inmediato para todos; a muchos les admiran con retraso: Juana esperó poco más de tres siglos.Con este ascenso, el laureado inspira obras de arte y vemos sus huellas en la literatura o la música. Juan Santamaría, el héroe de Costa Rica, constituye un buen ejemplo: proyecta la imagen del costarricense originario del campo, humilde y dispuesto a sacrificarse por el futuro autónomo de la nación.
Además, le ha regalado al país un día festivo, al menos cinco canciones sobre sus andanzas, tres estatuas,un nombre para el aeropuerto principal. Cuando el rompecabezas encaja a la perfección, sin obstáculo alguno, merece la pena revisar con cuidado la realidad de los hechos o, incluso,cuestionar la propia existencia de la figura. Queda para los historiadores una labor esencial:desentrañar el mito en busca de los restos de la verdad, la pieza escondida de un puzle que parecía completo.
Preferimos las simplificaciones: héroes, y listo. De manera sutil, sus actos honrados y valientes eclipsan por completo sus serias faltas. Si desechar los logros en caso de verosímiles entra en guerra con la realidad, asimismo, desatender la otra mitad produce daños colaterales. El sociólogo francés Gustave Le Bon lo vio muy claro en su obra Las masas: un estudio de la mente popular de 1895:“Cuando el error se hace colectivo adquiere la fuerza de una verdad”.
Atraídos por el mito,tendemos a reflejar la vida en una historieta donde categorizamos de incorruptos a quienes, por naturaleza, tuvieron luz y sombra. Así, modelamos personajes perfectos inexistentes, que no dudan ni yerran. El Guerrillero Che Guevara liberó a Cuba en los años cincuenta de una dictadura hegemónica estadounidense y la condujo a otra que ejecutó sin juicio a los opositores.
Gandhi defendió desde Sudáfrica, donde vivió entre 1893 y 1914, a una minoría india, aunque, simultáneamente, discriminó a la población negra. Se puede apreciar un acto y repudiar el otro. Observar con humanidad y ojos de hoy estas vidas requiere una buena dosis de curiosidad y reflexión crítica del pasado.