sábado , 23 noviembre 2024
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Adictos a los opioides

Victoria De Julián
Revista Nuestro Tiempo

En 2019, los médicos dieron opioides a 98 millones de estadounidenses, más de un tercio de la población adulta. Este dato habla de un país dolorido. Este otro, de una industria negligente: en 2012 se prescribieron opioides suficientes para que cada ciudadano mayor de edad contara con reservas para un mes. Y este último retrata un país adicto, desesperado: los opioides recetados explican una cuarta parte de las 70237 muertes por sobredosis de 2017. La heroína y el fentanilo (opioides ilegales) causaron el otro 75 por ciento de envenenamientos.

El fentanilo es cincuenta veces más potente que la heroína y cien veces más que la morfina. Una dosis de dos miligramos unida a otros opioides o al alcohol resulta letal. En el mercado negro se importa desde China a través de México y se mezcla con heroína y cocaína para potenciar su efecto. Que la gente muera no disuade a los clientes de los camellos. Todo lo contrario: “Los adictos a los opioides están tan desesperados por no sentir nada que consideran una muerte como un indicador de que el proveedor es deseable”, explican los autores para advertir de que detrás de las sobredosis hay intentos de suicidio. “La gente o bien quiere morir o le da todo igual excepto satisfacer su adicción, aunque les mate”.

Según un artículo de Newtral, desde 2019 a 2021 las muertes por sobredosis de fentanilo aumentaron un 94 por ciento. Se estima que les arrebata la vida a casi 200 estadounidenses al día. Esta herida desangra a los jóvenes: el fentanilo es la causa líder de fallecimiento de los estadounidenses de 18 a 49 años. Ya en 2015 la Administración de Control de Drogas (DEA), dedicada a la lucha contra el contrabando y el consumo de estupefacientes, categorizó la crisis de los opioides como epidemia.

El dolor es como una amarga corriente de impotencia, frustración y soledad.

“¿Por qué la epidemia es mucho peor en Estados Unidos y apenas está presente en la mayoría de los demás países ricos? (…) ¿Por qué, además, los estadounidenses con una licenciatura rara vez mueren de sobredosis y por qué estas son las causas del 90 por ciento de las muertes entre los que no tienen un título universitario de cuatro años?”, se preguntan Deaton y Case. La razón se puede resumir en que el exceso de recetas legales acostumbró a la nación a una dosis. Cuando la industria corrigió esta tendencia, los estadounidenses ya eran adictos: toleraban la dosis y necesitaban más.

Deaton y Case explican esta “historia del dolor” en parámetros de oferta y demanda: “En la epidemia, el lado de la oferta fue importante (las empresas farmacéuticas y sus facilitadores en el Congreso, los médicos imprudentes con las recetas), pero también lo fue el lado de la demanda (la clase trabajadora blanca, la gente con menos estudios, cuya vida ya de por sí angustiada era un terreno fértil para la avaricia corporativa, un sistema regulatorio disfuncional y un sistema médico deficiente).

Además de en mortalidad, Anne Case es una experta en morbilidad; es decir, en la mala salud de los vivos. Para conocerla, junto con los análisis de sangre y orina, los médicos examinan los cuatro “signos vitales”: presión arterial, pulso, temperatura y frecuencia respiratoria. Como cuentan los autores, cada vez más preguntan por un quinto signo vital: el dolor. Medirlo es como retratar algo invisible, como achicar agua con un colador. El dolor es como una amarga corriente de impotencia, frustración y soledad. Para cuantificarlo, la Encuesta Nacional de Entrevista de Salud visita todos los años, desde 1997, alrededor de 35 mil hogares.

Consultan a la gente acerca de sus emociones y sus obstáculos para desempeñar tareas cotidianas: andar 400 metros, subir 10 escalones, ir al cine y socializar con amigos. En estos últimos 20 años, las dificultades para estar con amigos se han duplicado entre los estadounidenses blancos sin estudios. Por eso, subrayan Deaton y Case: “Capacidades cruciales que hacen que valga la pena vivir están en riesgo; entre ellas, la de trabajar y la de disfrutar de la vida con los demás”.

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