Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Los interiores de muchos templos, por no decir su mayoría, han variado con el paso del tiempo, de modo que cuando contamos con fotografías de estos, la sorpresa suele ser mayúscula al comprobar espacios sin apenas bancos, con enladrillados o encajonados en sus suelos, con sus retablos bastante desfigurados por el polvo y los deterioros propios del paso de los siglos, a lo que hemos agregado una serie de elementos que se fueron sumando a su exorno, con más o menos fortuna y acierto.
Hoy comentaremos el interior del célebre santuario de Ujué, en el que se ha actuado en el último siglo, al menos en tres ocasiones, a mediados del siglo XX, 1983 y la gran intervención de 2001-2010.
En la primera de aquellas intervenciones, en 1950, se eliminaron, entre otros muebles, los retablos que estaban en el frontispicio, justamente delante de los ábsides románicos, así como las pinturas que figuraban en el gran muro que separa la parte románica y la gótica del conjunto.
Lamentablemente, casi todo desapareció sin dejar huella. Vamos a tratar de todo ese exorno mayormente desaparecido: los retablos barrocos y las pinturas, precisando sus autores y cronologías.
El púlpito remataría la etapa del barroco más decorativo y castizo.
Para la barroquización del conjunto nos serviremos de unas contadísimas fotografías y de los estudios de Biurrun, Jimeno Jurío y Teresa Alzugaray, sobre todo de los datos que proporciona esta última investigadora en su documentadísimo estudio, a partir de los libros de cuentas del santuario. Añadiremos aquí otros, procedentes de los protocolos notariales.
Al igual que en otras parroquias y santuarios, las últimas décadas del siglo XVII y las primeras de la siguiente centuria, supusieron una transformación de los interiores, una vez que patronatos, cofradías y fieles se dejaron llevar por los sentidos, los oros y el color de retablos y pinturas y los sonidos del órgano con sus nuevos registros.
Precisamente en Ujué, el franciscano fray Ignacio Morate se encargó de la puesta a punto de dos órganos, el mayor y el menor, en 1675, aunque unos años más tarde tuvo que trabajar en el mayor Félix Yoldi, con una gran intervención. En torno a 1700 se pintó toda la capilla mayor “con colores” y se doró y estofó la paloma, icono y motivo de la aparición y del propio nombre de la titular.
A partir de ahí, los retablos dorados como escenografías para albergar a las devociones, las viejas y las nuevas, se convirtieron en los protagonistas de aquel santuario. El púlpito remataría la etapa del barroco más decorativo y castizo, mientras que la sillería del coro y el retablo de San Joaquín pertenecen ya a la etapa rococó.
Respecto a los retablos que se ven en las fotografías de 1919 y 1944, tres en total, dos son similares y otro ubicado en el extremo más ancho y menos alto, hace años que los documentamos en nuestra tesis doctoral sobre el retablo barroco en Navarra, como obra del maestro pamplonés Fermín de
Larráinzar de 1702.
Continuará…