Frank Gálvez
Locutor y Periodista
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La vista es en muchos casos un poderoso auxiliar para poder formular una opinión, pero no hay que olvidar que en infinidad de situaciones nos traiciona. Ciertamente, en esos casos, la vista impone al cerebro su gusto y deseo, y al ceder a este mandato, resuelve satisfacer el ansia de lo anhelado.
Sin embargo, raras veces el deleite de uno de esos deseos irresistibles no produce un enorme desengaño: por ejemplo, el artículo que nos deslumbro en una tienda en línea y que con tanta ilusión ordenamos, al recibir luego el paquete (desprovisto ya del brillo que le otorgaba la bonita fotografía), nos decepciona hasta el punto que nos arrepentimos de la compra.
Algo similar acontece con aquella comida que nos hacía agua la boca, pero que al nada más probarla, provoca un soberano asco donde el paladar se niega a aceptar lo que con tanta avidez había apetecido.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer, uno de los más brillantes del siglo XIX, indicaba flemático que “el descubrimiento de la verdad se impide más eficazmente, no por la falsa apariencia de las cosas presentes y que inducen a error, ni directamente por la debilidad de los poderes de razonamiento, sino por la opinión preconcebida”. Esto es la fuerza de atracción que ejerce la sugestiva presencia de determinadas cosas.
”La primera impresión engaña a muchos“ (Ovidio).
Emitir un dictamen solo por un golpe de vista nos lleva a errores garrafales, y con referencia a la condición espiritual del prójimo sucede exactamente igual. No debemos nunca formar criterios juzgando exclusivamente los signos externos, procurando siempre ahondar en el alma de todo lo que conocemos, ya que, si al hacerlo comprobamos que aquella responde a un espíritu honorable, podemos con confianza abrir nuestra vida en señal de afecto sincero.
La escritora y activista Annie Besant expresaba sobre el tema: “…todo lo que está condicionado es ilusorio. Todos los fenómenos son literalmente apariencias (y), cuanto más material y sólida la apariencia, más alejada está de la realidad y, por lo tanto, más ilusoria es.”
Por lo mismo, nunca rechacemos a la persona de despreocupado aspecto, pues seguro su corazón atesora virtudes y talentos que, por su valor invisible, solo en contados individuos podemos encontrar.
No nos dejemos encandilar por la vista y examinemos a conciencia el alma de la situación que nos interesa, para comprender adecuadamente su peso positivo o negativo en nuestra existencia, porque en el discernimiento del género humano, lo verdaderamente importante es el espíritu y no la materia.