Ana Sánchez de la Nieta
Revista Nuestro Tiempo
En cierto modo, la última edición de los Oscar ha sido una especie de competición entre la innovación y la tradición, entre la industria “desiempre” y las nuevas productoras, entre veteranos y novatos. Una batalla que no deja de ser cíclica pero que este año tenía un sabor especial porque a un lado del ring estaba nada más y nada menos que Steven Spielberg con Los Fabelman, que es una carta de amor al cine desde la memoria de su infancia.
Como ya hizo Kenneth Branagh en Belfast o Paul Thomas Anderson en Licorice Pizza, el año pasado, y muchos otros cineastas antes, Spielberg aprovecha sus recuerdos de niño para hablar de esa íntima ligazón entre la pantalla y la vida.
Los Fabelman es cine del de siempre, narrativa clásica, de la que enlaza con el Aristóteles de planteamiento, nudo y desenlace. Un guion pulido, unos personajes bien dibujados, cada uno con su arco de transformación cincelado.
La cuestión es que el dedo de la Academia de Hollywood no se fijó en las clásicas sino en la
extravagante.
Y una fotografía bellísima y una emotiva banda sonora y unas referencias cinematográficas que se perciben mil veces filtradas antes de llegar a la pantalla.
Los Fabelman puede conmover más o menos y, seguramente, no es la mejor película de Spielberg, pero tiene la fuerza del legado, de la herencia, de la revisión de una filmografía por parte de un director que lo ha hecho casi todo y que cuenta solo con un Oscar a la mejor película, por La lista de Schindler. Con otras palabras: tampoco pasaba nada, al contrario, porque le dieran un segundo por una cinta en la que, además de reflejar el inicio de su carrera, homenajeaba al cine clásico con el que él aprendió a mirar la vida.
Sobre el papel, además, Los Fabelman era la candidata perfecta en una edición que hubiera sido tachada de excesivamente comercial si el Oscar hubiera ido a parar a Avatar o Top Gun: Maverick o de excesivamente oscura o críptica si hubiera premiado a Tar, La ballena, Ellas dicen o Almas en pena en Inisherin. Al final quedaban tres películas: dos de corte clásico y una marcianada.
Entre la bélica Sin novedad en el frente, que además estaba nominada también a mejor película extranjera (que fue lo que ganó), y Los Fabelman había pocas dudas de quién sería la favorita. La cuestión es que el dedo de la Academia de Hollywood no se fijó en las clásicas sino en la extravagante.
Desde que se estrenó en el festival de South by Southwest en Texas, el hype de Todo a la vez en todas partes no había dejado de crecer.
Continuará…