David Thunder
Investigador principal del proyecto Respublica del Instituto Cultura
La idea de la “ciudad de 15 minutos” parece estar ganando terreno, con varios prototipos de vecindarios autosuficientes, asequibles a peatones y bicicletas, que se proponen en lugares como Melbourne, París, Madrid, Barcelona y Oxford. En teoría, significa que una ciudad o pueblo se compone de vecindarios estructurados de tal manera que los servicios y comercios más importantes se encuentran a 15 o 20 minutos a pie o en bicicleta de la casa.
Pero, como dice el refrán, “el diablo está en los detalles”. Aquí hay una descripción de la “ciudad de 15 minutos” implementada o planeada para Barcelona: “La ciudad española de Barcelona ha estado experimentando con los llamados Superilles o super distritos. El concepto toma varios bloques de viviendas y los coloca en un superbloque. Solo los residentes o los servicios de entrega tienen acceso con automóviles y el límite de velocidad máxima es de 10 kilómetros por hora.
Una ciudad o pueblo se compone de vecindarios estructurados.
Muchas calles están bloqueadas para los automóviles y, en cambio, se utilizan de diferentes maneras. Los antiguos estacionamientos se han dedicado a árboles, huertos y flores, y ahora son lugares donde los niños pueden jugar y la gente puede pasar el tiempo en bancos a la sombra”. Los méritos de este tipo de experimento dependen de cómo se implemente exactamente.
Por ejemplo, ¿qué nivel de consulta pública se contempla? ¿Cuánta interrupción implica para las empresas locales y cómo se compensan estas interrupciones de manera sostenible? Quizás los residentes están encantados del plan de “ciudad de 15 minutos”, y las autoridades de la ciudad sopesen cuidadosamente las necesidades de los residentes. Pero a la luz de la historia de la planificación urbana, que incluye planteamientos bastante antidemocráticos de gobierno (basta pensar en el ínfamo movimiento de city planning de EE. UU. en los años 50 y 60), y hace poco, drásticas cuarentenas locales y nacionales por gran parte del occidente, tenemos buenas razones para temer que estos planes se impondrían con una participación mínima de parte de los mismos ciudadanos cuyos barrios están siendo reorganizados.
El ingeniero social ve su papel como el de guiar a los ciudadanos hacia una forma de vida más ilustrada. Según él, son los “expertos”, esas personas inteligentes que entienden las necesidades de las comunidades mejor que ellas mismas, quienes deben pensar en la mejor manera de organizar la vida de la ciudad.
Continuará…