Frank Gálvez
Locutor y Periodista
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El hipócrita lleva siempre al rostro, por beneficio personal, la luminosidad de una alegría no sentida, la dulzura de una satisfacción no experimentada o el gesto de censura a una acción que en realidad le ha hecho gracia. Todos lo hemos sido alguna vez.
Por ejemplo, ¿cuántas veces no hemos tenido que sonreír a personas, que instintivamente, nos causaban antipatía su presencia? Don Francisco de Quevedo y Villegas dijo alguna vez que “la hipocresía exterior, siendo pecado en lo moral, es una gran virtud política”.
Y a partir de esta idea, también se indicó alguna vez que no debíamos molestarnos al ver la hipocresía regirnos, ya que el mundo sería un infierno si fuéramos honestos todo el tiempo. Esto fue analizado con tintes cómicos en 1997, por la película Mentiroso, Mentiroso, donde Jim Carrey interpreta a un abogado cuyo hábito de mentir es puesto a prueba por una maldición: obligado a decir la verdad durante 24 horas, se vuelve una odisea mantener su trabajo y reconciliarse con su familia.
”Todos somos hipócritas, no podemos vernos ni juzgarnos como vemos y juzgamos a los demás“
(José Emilio Pacheco)
Es evidente la necesidad del fingimiento gregario, en bien de una vida social más pacífica y cordial. Aun así, no pasan inadvertidas las torpezas que esta presenta cuando se trata de descubrir el verdadero carácter de nuestros semejantes; aquí es donde es preciso recordar a Jacinto Benavente cuando expresó: “No debe despreciarse ninguna ocasión de aparentar que se es muy desgraciado, porque así te odian menos, te compadecen algo y te ayudan un poco”.
Increíble que un cuento de Charles Perrault -escrito en el siglo XVII- nos dé luz en este asunto: Si el lobo se hubiera presentado a Caperucita como tal, y no disfrazado, con toda seguridad no habría alcanzado sus nefarios propósitos. No olvidemos cuántos lobos con piel de oveja existen, cubriéndose con lana para ocultar el tejido que a su condición moral corresponde.
Y que también en infinidad de ocasiones, vestiduras harapientas esconden vidas nobles y elevadas. Entonces, como lógico resultado, no debemos dejarnos seducir por lo externo para formar una opinión del prójimo. La ostra, molusco acéfalo de áspera concha parda, resulta vulgar a la vista, y por lo mismo mucha gente no se atreve a saborearlas, aunque sea un delicioso manjar.
Por el contario, ¿cuántas desilusiones no hemos sufrido al morder una hermosa manzana roja, solo para descubrir que su interior estaba podrido y lleno de gusanos? A partir de hoy, no juzguemos a un libro por su portada. Crezcamos lejos de lo visual y permitámonos apreciar más allá de lo evidente.