Joseluís González
Profesor y escritor
@dosvecescuento
Aquel 1908 en que salió Ortodoxia, el primer libro que publicó fue su novela (segunda de las suyas) El hombre que fue Jueves. La subtituló Pesadilla. Una pesadilla controlada, alegre. Pero pesadilla, como el mayor de los pecados: no querer recibir perdón.
Eso sí: la novela acaba al amanecer. Y no destejo más la trama de esta especie de alegoría sobre el libre albedrío y la irracionalidad del mal. El 10 de septiembre apareció el segundo libro de aquel año, una colección de veinticinco artículos periodísticos: All Things Considered. Pero como Ortodoxia, escrito a galope, salió quince días más tarde, arrinconó aquellas colaboraciones de prensa.
Sentarse a llenar las nuevas cuartillas obedecía a un desafío. Cuando G. K. tenía 31 recién cumplidos, cierta popularidad y era provocadoramente joven y arremetía contra los intelectuales más grandes de finales del XIX (Nietzsche, Georges Bernard Shaw, luego gran amigo suyo; H. G. Wells, Kipling, Henrik Ibsen) sacó su ensayo Herejes (1905); es decir, hombres coherentes pero equivocados “cuya visión de las cosas ofrece la temeridad de diferir de la mía”, retaba Chesterton. Era polemista pero respetuoso y dialogante.
Advirtió transformaciones radicales: la división en extremos irreconciliables que el marxismo propugna, lo inhumano del capitalismo, el error de aislar de nuestra civilización la antropología cristiana.
Su humor añadía humanidad. Un reseñista de Herejes le reprochó que demolía ideas ajenas pero que no exponía su propia visión. Y por eso compuso, tarde pero impetuoso, Ortodoxia. Lo escribió cuando era anglicano y prometía desarrollar en nueve capítulos el Credo de los Apóstoles. A su estilo. Caudaloso.
Advirtió transformaciones radicales: la división en extremos irreconciliables que el marxismo propugna, lo inhumano del capitalismo, el error de aislar de nuestra civilización la antropología cristiana, el rechazo de la realidad no verificable, la supremacía de los factores económicos, el borrar de la conciencia las fronteras éticas objetivas… ¿Este escepticismo de hoy? La decadencia actual, suicida, procede de la razón desbocada, no de la imaginación, defiende convencido. Y cree de verdad en la alegría y en el gozo. Y en la democracia. Y en lo que nos hace mejorar.