Paco Sánchez
Revista Nuestro Tiempo @pacosanchez
Dice mi hermana que no se debe ir a la compra con hambre. Cuando la escuché, me entró la risa, así que se sintió obligada a explicarme que lo decía en serio. Si vas a la compra con hambre, compras de más sin querer y, por lo tanto, o te sobrará o comerás también de más. Sin contar lo seguro: habrás gastado por encima de lo necesario.
Claro, me reí porque a los varones casi siempre nos sale más cara la compra que a ellas. Pensaba que ocurría por falta de costumbre, de pericia o de talento para esa actividad concreta. Pero quizá también porque vamos a comprar con hambre o porque nos entra el hambre cuando compramos.
A lo mejor resulta que esa supuesta pasión femenina por las compras manifiesta más bien un miedo: el pánico a que compren ellos y desbarajusten en una mala tarde todo un presupuesto familiar de equilibristas. Ahora que caigo, a mi madre le pasaba eso con mi padre, quien a su vez se admiraba de la capacidad de ella para hacer rendir el dinero.
Hacer la compra es un arte. Mi madre, con sus ochenta y nueve años recién cumplidos, va al súper todos los días, si puede.
Hacer la compra es un arte. Mi madre, con sus ochenta y nueve años recién cumplidos, va al súper todos los días, si puede. Se resiste a delegar su mirada, especialmente a la hora de escoger producto fresco: frutas y hortalizas, pescado o carne. Pero no va solo por eso ni por dar una vuelta. El arte de la compra requiere una actualización profesional permanente.
Nos asaltan marcas que vienen a competir con las conocidas o aparece mercancía nueva de las marcas viejas. De ordinario compra lo que esté en promoción de lanzamiento aunque en ese momento no lo necesite, porque, según ella, cuando llega algo al mercado, con el barullo publicitario y el saldo de los estrenos, presenta una calidad y un esmero que ya no repetirá después.
Continuará…