Foto: Cortesía Guillermo Monsanto
Guillermo Monsanto
He anotado varias veces lo fabuloso del trabajo que tengo. Descubrir, ver cosas maravillosas, encontrar físicamente (o en papeles) piezas de las que tenía conocimiento pero que no había visto nunca… en fin, es algo que verdaderamente considero un regalo extra dentro de mi oficio que tonifica mi existencia.
A lo dicho se suma conocer especialistas que hacen trabajos muy puntuales que nos mejoran la vida y que, de paso, nos enseñan tanto. Amén de los artistas, seres llenos de creatividad, también hay colegas excepcionales trabajando en el rescate y proyección del patrimonio cultural de Guatemala. Solo entre los compañeros de la Asociación de Museos de Guatemala hay un buen contingente de peritos en distintos temas.
El pasado viernes fui invitado, por el buen amigo Carlos Federico Pellecer, para visitar los trabajos de restauración del artesonado del Museo Nacional de Arte Moderno CarlosMérida. Allí aproveché para saludar al maestro Rudy Cotton, director de la institución y al resto del personal con quienes hemos llevado a buen término algunos proyectos. Me agradó mucho haber coincidido con Ana Claudia Monzón, otra profesional con la que hemos montado varias exposiciones en diferentes locaciones.
El laberinto de paneles reducía la percepción espacial.
Con este séquito, al que se sumaron dos jóvenes arquitectos y la licenciada Jenny Guerra, tuve la oportunidad de apreciar la dimensión del rescate en el Munam.
El salón central, ya sin los tabiques que dividían en secciones al museo, es apabullante. El laberinto de paneles reducía la percepción espacial y deslucía la belleza de los pisos y el techo. La lámpara es majestuosa y resplandece dentro del todo por la importancia de su forja.
Es fácil imaginar el recinto cuando fue el salón de fiestas en la época de Jorge Ubico y los presidentes que le sucedieron. La elegancia de sus detalles y la opulencia del conjunto, aunadas a la sociedad elegante de aquel lapso, han de haber sido refulgentes. Luego le tocó un cambio que considero más digno, se trasformó en un museo de arte contemporáneo.
Subimos a la terraza y desde allí pudimos apreciar el esqueleto de madera y las nuevas vigas que sostienen el techo exterior y el labrado cielo falso. Fue sobrecogedor ver algo que usualmente está escondido de los ojos de los mortales que visitan las exposiciones temporales y permanentes. El complicado entramado fue un logro de ingeniería excepcional. Sin embargo, la polilla, enemiga de la madera, se enfocó en lo suyo y casi se lo trae al suelo.
Sin ser un experto en el tema, sí se puede apreciar la voluntad con la que se está enfrentando este reto.
Todo parece indicar que el museo reabrirá sus puertas en unos pocos meses y el diseño de las salas de exposiciones estarán en los corredores laterales. Sus asiduos esperamos con ansiedad el nuevo guion museográfico. De momento, habrá que esperar.