Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Custodian celosamente las Carmelitas Descalzas de San José de Pamplona una de las contadísimas copias del siglo XVI de la Sábana Santa, conservada y venerada en Turín, pese a los avatares y los traslados forzosos de la comunidad desde su histórica sede de la Plaza del Castillo, lo que habla del aprecio de las monjas por la pieza.
Los sucesivos editores de la vida de la fundadora del convento, la madre Catalina de Cristo, aportaron la noticia de su existencia y periplo, que se completa con algunas pequeñas precisiones de otras fuentes documentales. Hace veinticinco años, Jesús Arraiza y Gabriel Imbuluzqueta escribieron sobre ella en este mismo rotativo Diario de Navarra (4 de abril de 1996). Hoy, gracias a los estudios del Centro Español de Sindonología, particularmente los de Daniel Duque Torres, podemos valorar y contextualizar más adecuadamente la pieza.
La pieza fue un obsequio del alcalde de la ciudadela de Pamplona a la priora de las Carmelitas Descalzas de Pamplona, la madre Catalina de Cristo. Así nos lo refiere la biógrafa de esta última, la religiosa de la misma orden, Leonor de la Misericordia (Ayanz y Beaumont, 1551-1620), mujer culta, escritora, delicada y creativa.
El texto, con tintes hagiográficos, fue publicado por Efrén de la Madre de Dios en 1982 y por Pedro Rodríguez e Ildefonso Adeva en 1995; en esta última ocasión, con numerosas notas y con abundante aparato crítico. El relato original es el que sigue: “Estaba en Pamplona por castellán de la ciudadela don Fernando de Espinosa, sobrino del cardenal Espinosa. Él y doña María Fajardo, su mujer, era grande la devoción que habían tomado a nuestra madre, y se les pareció bien, pues le dieron la mejor joya que tenían en su casa, que fue el Santo Sudario que el duque de Saboya se le dio por su mano viniendo de Italia en tiempo de su tío el cardenal era vivo.
Es uno de los cuatro o cinco que hay en España como es natural.
Es uno de los cuatro o cinco que hay en España como es natural. Está en la casa de Pamplona y se muestra jueves y viernes santo, con gran devoción de toda aquella ciudad”. El hecho de mencionar al cardenal indica, con gran probabilidad, que el sudario fue un donativo para él, por su alto significado diplomático y político, por mano quizás de su sobrino, al que vino a parar, por donativo de su tío, antes de pasar a las monjas.
En el inventario de reliquias de la comunidad de Carmelitas Descalzas se anota del siguiente modo: “Primeramente la SABANA SANTA o sudario de Nuestro Redentor Jesucristo. Esta preciosa reliquia se la regaló a la Venerable Madre Catalina de Cristo el señor don Fernando Espinosa, natural de Castilla y sobrino del cardenal Espinosa, a quien se la dio el duque de Saboya, viniendo de Italia, y es uno de los cuatro o cinco que hay en España. Antiguamente estaba colocada esta reliquia sobre la reja del coro entre cristales y cortinas preciosas, pero en la actualidad se conserva en una arca preciosa que se intitula de la Reliquias, y sólo se saca al público el Sábado Santo, y se le encienden siete velas”.
A la luz de este último texto y también del anterior parece probable, como hemos indicado, que el primer destinatario de la pieza fuese el cardenal Diego de Espinosa y Arévalo (1513-1572), inquisidor general, regente del Consejo Real de Navarra, presidente del Consejo de Castilla y hombre de total confianza de Felipe II, hasta el punto que pidió su cardenalato para nombrarle regente, en 1567, cuando el monarca decidió ir a Flandes personalmente ante el agudizamiento de los problemas en aquellas tierras. Sobre este personaje de primera línea existen trabajos que aclaran aspectos de su vida de los profesores José Antonio Escudero, González Novalín y Orella y Unzué.
Cuando don Diego contaba con cuarenta y cuatro años, en 1556, fue designado como regente del Real Consejo de Navarra y como tal tuvo que elaborar los autos acordados, revisar el denominado Fuero Reducido y nombrar a los alcaldes de Corte interinos.
Continuará…