Ángel J. Gómez Montoro
Presidente del Patronato del Museo Universidad de Navarra
Compraba las obras personalmente, en galerías o en los estudios de los artistas, no en subastas porque, decía, le horrorizaba la idea de competir por una obra de arte; y cada adquisición era fruto de una relación personal un flechazo, decía siempre- con cada una. Pero era también un gusto certero: supo comprar cuando los artistas aún no tenían tanto renombre y elegir obras que, en muchos casos, son especialmente representativas.
La primera pieza que adquirió fue Iris de Palazuelo, uno de los artistas mejor representados en la colección y cuya obra es fácil vincular con la gran elegancia de María Josefa. También de esa primera época es la adquisición de La música de las esferas de Chillida. Una relación muy particular tuvo con Oteiza, al que en 1956 encargó para su casa de Madrid dos obras muy especiales: una chimenea, en piedra caliza -Elías y su carro de fuego-, y un fantástico mural -Homenaje a Bach- que el artista esculpía en su casa mientras ella observaba con fascinación.
Posteriormente, pero con gran fuerza, entrará en su colección la obra de Tàpies: en 1971 adquiere en la galería Maeght de París L’ esperit català; y en 1991, en Nueva York, Incendi d’amor, un mural de 2.5 X 6 metros. Junto a ellos, obras de Feito, Manrique, Rueda, Burguillos, Hernandez Monpó, Sistiaga, Millares… o, la última obra que compró, el Rodchenko Rojo (2004) de Manu Muniategiandikoetxea.
María Josefa no coleccionaba para tener sino para vivir la experiencia del arte.
La colección incluye tres obras que señalan los límites de la colección, vanguardia, abstracción, espiritualidad: Mousquetaire de Picasso, un dibujo de Kandinsky y un precioso óleo sobre papel de Mark Rothko. Este último artista le fascinó de manera especial y a veces recordaba -entre apenada y divertida- cómo perdió la oportunidad de comprar otra de sus obras en una galería de Basilea donde estaban expuestos siete cuadros de gran formato. Su deseo de adquirir uno de ellos se estrelló con la rotunda negativa de su marido ante un precio que, si bien era elevado, estaba muy lejos de los niveles que después adquirió su obra.
María Josefa no coleccionaba para tener sino para vivir la experiencia del arte y, por ello, prácticamente toda su obra estaba en su casa de Madrid; solo dos de las piezas Incendi de amor y Composició amb cistella- debieron quedarse en los almacenes por su tamaño. Organizó personalmente su distribución por la casa, mostrando no solo una capacidad muy especial para buscar diálogos y relaciones entre las obras sino una gran visión del espacio, que le llevó a tirar tabiques y rehacer otros. La magnanimidad de María Josefa no podía quedar encerrada entre las paredes de su casa de Madrid.
Continuará…