Asier Aldea Esnaola
Revista Nuestro Tiempo
La intimidad (algo que nace en privado y que luego, a través de la comunicación, ponemos en conjunto con los demás) está mutando en una intimidad colectiva, una identidad de grupo, cuyos individuos apenas comparten sus inquietudes, preguntas o deseos, pues eso rompería con la homogeneidad y unidad del pensamiento que configura la tribu.
Existe una especie de soledad, igual que en 1984, donde se cede el mundo interior al colectivo al que se pertenece en busca de una victoria en la conversación pública. Esta pérdida del individuo, de los elementos propios que conforman nuestra alma, podemos detectarla en la novela cuando Winston recuerda las palabras de Julia años después: “‘No pueden entrar en ti’, le había dicho ella. Pero sí que podían. ‘Lo que ocurre aquí es para siempre’, le había dicho O’Brien.
Esta pérdida del individuo podemos detectarla en la novela cuando Winston recuerda las palabras de Julia, años después.
Esa era la verdad. Había cosas, tus propios actos, de los que nunca podrías recuperarte”. En un contexto en el que el individuo esconde (mejor dicho, reprime) ciertas actitudes y posturas por miedo a posibles represalias o al aislamiento, cobra fuerza el cuestionamiento de la sinceridad de esa apertura íntima. La comunicación plena, estandarte de cualquier progreso social, queda imposibilitada.
El diálogo interpersonal desaparece y da paso a un monólogo ausente de matices y de la riqueza de la diversidad. Dentro de esta espiral, la gente tiende a mostrar una proyección falsa de sí misma para alcanzar una imagen deseada y propicia, impostada y ensayada, que acentúa la carencia de espontaneidad. Así se instalan la duda y la sospecha en cuanto establecemos relaciones sociales.
Cuando la comunicación se desvirtúa surge la transacción de la mentira. Si el diálogo consiste en abrirnos al otro y compartir nuestros mundos interiores, se complica la posibilidad de descubrirnos realmente: los interlocutores se limitan a confirmar sus prejuicios; algo que, en el fondo, ya sabían. Una situación preocupante de soledad, que parece ir poco a poco asemejándose a esa Oceanía de 1984. Tal vez estemos en la precuela.