Guillermo Monsanto
Foto: Cortesía: Lucía Morán
En mayo de 2021 le escribí a Lucía Morán Giracca unas palabras para su muestra Simbiosis. Pensamiento que me quedé con las ganas de publicar debido a los valores que percibí en su trabajo. Hoy me topo con otra colección, exhibida en la galería de Panza Verde, que de nuevo me conduce a una serie de ensoñaciones. Parafraseando aquel texto, los invito a visitar Abrazar lo salvaje.
¿Es Lucía Morán una viajera del tiempo? ¿Una sacerdotisa inmortal? ¿Quizás una mujer arcoíris? Y, por ende ¿relacionada a la luna por su estirpe originaria y desde allí forjadora de la vida, el amor, la medicina, los textiles, la semilla de los campos y la sabiduría ancestrales? Acaso ¿viene de Venus? Muchas preguntas parecieran ser contestadas a simple vista a través de su creación y lo que su rico imaginario exuda.
Sus pinturas, y ahora sus piezas tridimensionales, son una celebración a la existencia y al amor. Patentizan la conexión de la tierra con lo etéreo y, al mismo tiempo, con la energía. Es una declaración ufana de pertenencia, responsabilidad y agradecimiento por ser parte de ese lazo eléctrico que implica el intercambio de bríos supremos. Somos aire, viento, tierra y fuego en convivencia perfecta. Nada se da por separado y eso lo entiende, según se aprecia, a cabalidad.
Su labor es una celebración a la existencia.
Abrazar lo salvaje revindica la poesía que expresa con su luminosa alma. La mujer, siempre presente, aparece empoderada a través de la belleza como fin último. Iconográficamente es sólida y sus resultados no provienen de un manifiesto predeterminado por un curador, porque proclama lo sublime y la percepción que posee sobre la trascendencia. El color en las pinturas es vibrante (acrílicos sobre tela, acuarelas y técnicas mixtas sobre papel; en los grabados (xilografías, aguatintas y gofrados) nos muestra la fuerza de la línea como la acción explícita patente en el estampado.
Sus esculturas en resina y arcilla con intervenciones mixtas, que suman novedad a la exposición, nos desvelan otro medio de locución del conjunto: el díptico Beso al alma roja y Verde pensamiento denotan coherencia en su estatuaria y un diálogo efectivo con su pintura, ya que fueron policromadas en frío. Su corazón sabe volar es misteriosa en muchos sentidos. Hay una enorme delicadeza en este conjunto que de nuevo teletransporta al espectador al territorio de lo onírico.
Y de nuevo surgen más preguntas ¿Cómo una obra tan delicada puede ser tan potente? En la Simbiosis y ahora en Abrazar lo salvaje hay música, inspiración… sus contenidos surgen de las ensoñaciones resguardadas en el ADN del tiempo. De la locura de amar y ser amado, del milagro germinal, la amistad, el desenfreno de vivir lo positivo y de las fuerzas sin límites de la fe. Somos plantas conectadas por raíces visibles e invisibles. Somos fruto, flor, lluvia, parte del reino animal como productos de una creación milagrosa.