Alicia Andueza Pérez
Doctora en Historia del Arte
Las llamadas “labores de aguja”, la costura o el bordado, se han relacionado tradicionalmente con las mujeres y con la construcciónde la feminidad.Asimismo, como ocurre con muchas parcelas femeninas, se han asociado a la esfera privada y al ámbito doméstico, al considerarse como actividades idóneas para el desempeño de las mujeres en sus hogares.
“Signo de virtud y distinción: aprenderá, pues, la muchacha…hilar y labrar, que son ejercicios muy honestos…y muy útiles a la conservación de la hacienda y honestidad, que debe ser el principal cuidado de las mujeres”.
Como recogen estas palabras de Luis Vives en su obra Instrucción de la mujer cristiana (1523), estas labores han formado parte de la educación de la mujer y no solo eso, sino que han sido distinguidas, desde un punto de vista moral, como armas contra la tentación y la ociosidad, apareciendo como medida de virtud en el ideario colectivo desde la Antigüedad.
Los encargados de llevar a cabo las labores de bordado fueron fundamentalmente hombres.
Federico Luigini, en Il libro della bella Donna (1554), dice que el trabajo de aguja es para todas las mujeres, de alto o bajo nacimiento, pero donde la pobre encuentra utilidad en este arte, la rica y la noble señorita encuentra también honor. Esta dimensión moral explica que las grandes damas, reinas y nobles se dedicaran a estos trabajos, en especial al bordado por su relación con el lujo y la distinción.
Unas labores que formaban parte del saber transmitido de madres a hijas, por medio de dechados y muestras de bordado que conformaban un patrimonio afectivo que unía el universo femenino de las distintas generaciones. En concreto, los libros de patrones para el bordado y encaje que vieron la luz a partir del siglo XVI y que recogían letras, animales, formas vegetales o cenefas ornamentales, tuvieron un gran auge y difusión en Alemania, Italia o Francia.
Estos repertorios, muchas veces dedicados a grandes damas, fueron utilizados por las mujeres de alto rango y tuvieron un papel importante en la divulgación del arte del bordado y en el intercambio de ideas y diseños decorativos por toda Europa. En ellos, además de los propios patrones textiles que también se usaron en los obradores del arte, se recogen escenas de mujeres bordando, como puede verse en el de Peter Quentel, publicado en Colonia en 1527, o en el Burato: libro de rechami, obra de Alessandro Paganino, editada en Venecia hacia 1530.
Paradójicamente y a pesar de lo dicho, lo cierto es que profesionalmente y en el ámbito público, los encargados de llevar a cabo las labores de bordado fueron fundamentalmente hombres. Ellos fueron los encargados de dirigir los talleres de bordado erudito, entendiendo por tal el aplicado a los ornamentos litúrgicos y a las denominadas obras de corte, diferenciándolo así del conocido como bordado popular.
Continuará…