Gerardo Castillo
Profesor Facultad de Educación y Psicología
El maltrato impune de los animales sigue motivando la creación de sociedades protectoras. El 15 de octubre de 1978 tuvo lugar la Declaración Universal de los Derechos del Animal. Posteriormente fue aprobada por la ONU. En su Artículo 14 se dice: “Los derechos del animal deben ser defendidos por ley, al igual que los derechos del hombre”.
¿Igualdad de derechos? Sujeto de derecho es solo la persona, puesto que solo ella, en virtud de su realidad espiritual, es susceptible de mérito. Inteligencia y voluntad constituyen un salto cualitativo insalvable entre humanos y animales. El hombre se diferencia de los animales en especie, no solo en grado.
El hecho de que haya maltratadores no se soluciona idolatrando a los animales, hasta el punto de “humanizarlos”. Ello haría que pierdan su identidad, que es una forma de maltrato animal.
Últimamente estamos asistiendo atónitos a la creciente vindicación de los supuestos derechos de los animales mientras se menosprecian los derechos humanos; entre ellos, el derecho a la vida. Es una paradoja que se endiose a los animales, mientras se intenta imponer la creencia de que la vida humana ha dejado de ser inviolable.
Los animalistas persiguen la eliminación de las barreras que separan el mundo animal del mundo humano. Eliminadas esas barreras veríamos, supuestamente, que existe una cultura animal semejante a la cultura humana.
En la actual sociedad emotivista, que subordina la razón a la emoción, existe una obsesión sentimentalista por los animales que lleva a proponer cosas tan originales como la liberación de animales enjaulados. Ya se está pidiendo el cierre de los parques zoológicos, ignorando que protegen la fauna, especialmente la que está en peligro de extinción y que, además, son fuente de instrucción: las mejores clases de zoología no se dan en las
aulas, sino en los parques zoológicos.
Una viñeta cómica denuncia los excesos en la defensa de los animales: en una visita guiada a una cueva del paleolítico, contemplando las pinturas rupestres sobre escenas de caza, un animalista del grupo turístico dice: “¡hay que quitar esa salvajada de ahí: perpetúa unas costumbres superadas y ensalzan la violencia y el maltrato animal!”.
Los animalistas persiguen la eliminación de las barreras que separan el mundo animal del mundo humano. Eliminadas esas barreras veríamos, supuestamente, que existe una cultura animal semejante a la cultura humana.
David Reyero, profesor de Filosofía de la Educación, sostiene que “solo podemos hablar de cultura en sentido estricto en el caso del ser humano. En el ser humano la cultura suple sus muchas carencias. Suplimos con cultura la falta de determinación biológica. Los instintos no nos dicen de manera suficiente cómo debemos vivir.
Cada grupo humano ofrece a sus nuevos miembros un repertorio de recursos culturales con los que llenar ese vacío que la pura biología no ha cubierto”. Pero es fundamental distinguir entre culturas vivas y culturas muertas; también entre culturas y subculturas.
La sabiduría del hombre culto se deriva de conocer la verdad del ser; la subcultura, por el contrario, no tiende a la verdad del ser, sino a la verdad que se desea y conviene en cada caso: no mueve al hombre a un mejor vivir, sino a un vivir mejor.
Continuará…