Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
En Corella, al finalizar la misa, un hombre y dos niños ataviados de pastores ejecutaban una danza pastoril con saltos y requiebros caprichosos, al compás de villancicos. El caso de Fitero, la alegría se desbordaba en aquella noche y, a veces, llegaba a extremos poco convenientes para el ambiente litúrgico.
Precisamente, por algunos desmanes se tuvo que suprimir, a fines del siglo XIX, una especie de representación pastoril en el interior de la iglesia. Hasta aquellas fechas los pastores del pueblo tomaban su particular cena de Nochebuena, unas migas, al parecer bien regadas con vino, ante el belén, debajo del púlpito.
Un año, cierto párroco, poco condescendiente los expulsó del templo y no volvieron más. Al parecer, en algún momento de la misa, declamaban unos textos que bien pudieran derivar de los famosos Officium pastorum, tan popularizados desde fines de la Edad Media en tantos lugares de España. En el ofertorio se procedía a la adoración del Niño.
El oficiante se despojaba del manípulo y tomaba la imagen del Divino Infante en sus manos para darlo a besar al pueblo. A continuación, los pastores, debidamente ataviados, procedían a danzar ante el recién nacido. De aquella tradición solo queda hoy el testigo musical, concretamente la costumbre de interpretar durante el ofertorio de los días de Navidad, Año Nuevo y Reyes, unos aires pastoriles y gallegadas, que los organistas se han ido legando desde el segundo tercio del siglo XIX.
José María Iribarren da cuenta de la costumbre en los pueblos del Pirineo.
José María Iribarren da cuenta de la costumbre en los pueblos del Pirineo “tenía un aire alborozado, popular, pastoril. Y en un ingenuo color de belén animado, con ofrendas y villancicos, con gallos y gorriones, con danzas pastoriles, con silbatos, gaitas y castañuelas.
La iglesia toleraba indulgente estas fiestas expansivas con las que el pueblo, a su manera, conmemoraba la feliz amanecida”. Si recorremos la hemeroteca encontramos algunas noticias en referencia a las Misas del Gallo en otras localidades. En 1903 en Caparroso, aún sin aplicarse la nueva legislación litúrgica, se acompañó la misa con “órgano, violines, bandurrias, tambor, pandereta y demás instrumentos propios de la Noche buena, dirigida dicha misa por el reputado organista de esta villa don Joaquín Berruezo”.
En Berbinzana, en 1907, durante la ceremonia “penetraron en la iglesia varios jóvenes vestidos con prendas propias de una mascarada. Cuando dichos jóvenes tomaron asiento en una capilla, el señor vicario rogóles que se retiraran, pero no lo hicieron hasta que a ello les obligó el señor alcalde. Una vez fuera del templo los expulsados, oyéronse varios gritos subversivos y sonaron dos disparos. Hasta ahora ignórase quiénes son los autores de estos punibles actos”.
En 1915 se recoge la afluencia masiva en parroquias y conventos pamploneses, señalando lo ocurrido en los Escolapios, “donde se han instalado artísticos y amplios nacimientos, el desfile de fieles ha constituido los caracteres de una verdadera romería. Y no obstante la gran aglomeración de gentes, el orden y la compostura han sido ejemplares”.
En Orbaiceta, hasta 1926, según Mª Luisa Astráin, “se conservó la costumbre de que seis mozos de la familia labradora, vestidos con traje negro, abarcas de piel de vaca y unos tambores hechos con pieles de oveja, recorrían el pueblo cantando villancicos vascos… Su recorrido terminaba en el Ayuntamiento que estaba reunido en batzarre. Sonaban los seis tambores. Se abría la puerta y con gran solemnidad eran recibidos.
Cantaban para todos. En la Misa del Gallo se colocaban en el altar, tres a cada lado. El momento de la consagración se anunciaba por un redoble de tambor. La misa se alegraba con villancicos que ellos entonaban”.
Desde Lesaca, se informaba en 1928: “Con extraordinaria alegría y animación se celebraron estas clásicas fiestas: las calles estaban muy animadas de mozos con sus Olenceros y a las seis de la tarde salió la banda municipal a recorrer también la villa con su también Olencero, viéndose muy concurrido toda la noche.