domingo , 24 noviembre 2024
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DELFINA LUNA DE HERRERA (1827-1912)

Guillermo Monsanto
[email protected]

Esta antigüeña ilustre es una de las figuras artísticas que han trascendido a su tiempo. Le tocó fluir en un lapso en el que las mujeres tenían muchas limitaciones de acción, que ella logró superar debido a su posición social y a una bien definida personalidad.

En la literatura y las bellas artes hubo otras pioneras que, como ella, lograron romper el cerco que se les imponía a las mujeres en el siglo XIX. Hasta donde se sabe, Luna de Herrera consiguió, sin trasgresiones sociales y por un largo lapso, exponer sus ideas sin mayor oposición. De hecho, ya desde muy joven, fue considerada como una reputada artista.

Como discípula de Francisco Cabrera, adquirió una formación integral respecto al dibujo, grabado y pintura que desembocaron en diferentes géneros expresivos. Siendo su tutor un médico famoso y ella artista en ejercicio, se sabe que ejecutó retratos de varios galenos.

Como discípula de Francisco Cabrera, adquirió una formación integral respecto al dibujo.

También elaboró registros, que hoy se localizan en Alemania, de los vestigios arqueológicos localizados en las fincas familiares.

Entre sus encargos de carácter público resalta que en 1854 restauró el retrato de Don Pedro de Alvarado, localizado hoy en la Municipalidad Metropolitana. Acción que la señala como profesional establecida y que, de paso, manejaba las teorías de integración del color. Por este trabajo fue premiada con una medalla de oro.

A lo apuntado se suma que sus Evangelistas: San Juan y San Marcos, de grandes dimensiones; se exhiben en la pechina de la cúpula central de la Merced en La Antigua Guatemala. Su cercanía con la orden mercedaria queda clara por la cantidad de óleos inspirados en trabajos e imágenes localizadas en el templo capitalino. Los otros dos los pintó Sor Ignacia Santa Cruz, artista poco explorada.

Su trabajo sobre La Virgen de la Asunción, en una colección particular, puede provenir de la talla existente en la iglesia anteriormente citada. Otra composición interesante es su Virgen María, salud de los enfermos, y que posee elementos ilustrativos relativos a la elaboración de medicinas. Hoy se localiza en una colección particular, pero en su momento bien pudo haber estado en algún especie de gabinete científico.

El dulce corazón de María y El Sagrado Corazón de Jesús, en manos de particulares, reflejan el entendimiento que la autora poseía respecto a los cánones de la pintura colonial guatemalteca. Las obras relucen por su mística confección y por la belleza otorgada a los personajes.

También se dice, tradicionalmente, que ella creó el mapa de La Antigua cuyas copias todavía circulan. Es probable que existan más obras en manos particulares y que, con suerte, haya otros ejemplos en las iglesias de Guatemala.

Entre su trabajo destacó su manejo del retrato (incluidos algunos autorretratos), miniaturas y varias expresiones de inspiración mística. Tanto su personalidad como legado puede estudiarse en el documento Delfina Luna Soto de Herrera, de Silvia Herrera Ubico.

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Esta antigüeña ilustre es una de las figuras artísticas que han trascendido a su tiempo. Le tocó fluir en un lapso en el que las mujeres tenían muchas limitaciones de acción, que ella logró superar debido a su posición social y a una bien definida personalidad.

En la literatura y las bellas artes hubo otras pioneras que, como ella, lograron romper el cerco que se les imponía a las mujeres en el siglo XIX. Hasta donde se sabe, Luna de Herrera consiguió, sin trasgresiones sociales y por un largo lapso, exponer sus ideas sin mayor oposición. De hecho, ya desde muy joven, fue considerada como una reputada artista.

Como discípula de Francisco Cabrera, adquirió una formación integral respecto al dibujo, grabado y pintura que desembocaron en diferentes géneros expresivos. Siendo su tutor un médico famoso y ella artista en ejercicio, se sabe que ejecutó retratos de varios galenos.

Como discípula de Francisco Cabrera, adquirió una formación integral respecto al dibujo.

También elaboró registros, que hoy se localizan en Alemania, de los vestigios arqueológicos localizados en las fincas familiares.

Entre sus encargos de carácter público resalta que en 1854 restauró el retrato de Don Pedro de Alvarado, localizado hoy en la Municipalidad Metropolitana. Acción que la señala como profesional establecida y que, de paso, manejaba las teorías de integración del color. Por este trabajo fue premiada con una medalla de oro.

A lo apuntado se suma que sus Evangelistas: San Juan y San Marcos, de grandes dimensiones; se exhiben en la pechina de la cúpula central de la Merced en La Antigua Guatemala. Su cercanía con la orden mercedaria queda clara por la cantidad de óleos inspirados en trabajos e imágenes localizadas en el templo capitalino. Los otros dos los pintó Sor Ignacia Santa Cruz, artista poco explorada.

Su trabajo sobre La Virgen de la Asunción, en una colección particular, puede provenir de la talla existente en la iglesia anteriormente citada. Otra composición interesante es su Virgen María, salud de los enfermos, y que posee elementos ilustrativos relativos a la elaboración de medicinas. Hoy se localiza en una colección particular, pero en su momento bien pudo haber estado en algún especie de gabinete científico.

El dulce corazón de María y El Sagrado Corazón de Jesús, en manos de particulares, reflejan el entendimiento que la autora poseía respecto a los cánones de la pintura colonial guatemalteca. Las obras relucen por su mística confección y por la belleza otorgada a los personajes.

También se dice, tradicionalmente, que ella creó el mapa de La Antigua cuyas copias todavía circulan. Es probable que existan más obras en manos particulares y que, con suerte, haya otros ejemplos en las iglesias de Guatemala.

Entre su trabajo destacó su manejo del retrato (incluidos algunos autorretratos), miniaturas y varias expresiones de inspiración mística. Tanto su personalidad como legado puede estudiarse en el documento Delfina Luna Soto de Herrera, de Silvia Herrera Ubico.

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