sábado , 23 noviembre 2024

SELVIN CARPIO
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Dice el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince que “no hay libros usados, sino libros leídos”, dando así un calificativo más grato y más digno a todos aquellos libros que forman parte de las estanterías de las llamadas librerías de segunda mano o librerías de viejo. Ahí donde van a parar cual naufragios, las bibliotecas personales que formaron parte de la vida de alguien y que, por azares de esta, sus libros llegaron convertidos en una herencia no deseada a la siguiente generación.

Esa generación que se muda, se cambia de casa y no quiere cargar con ellos, porque lo que quiere es aprovechar los espacios y por consiguiente los libros les vienen innecesarios y les causan estorbo, por lo tanto son vendidos como un solo lote a los libreros, muchas veces sin saber el valor individual de cada libro.

Aunque no lo parezca, existe un orden en lo que parece un caos dentro de los laberintos de pasillos atrincherados de libros de suelo a cielo. Entre las estanterías repletas, los visitantes tocan, huelen y leen los libros de pastas de cuero y llamativas letras doradas, rarezas invaluables, piezas de colección, ni que decir del conocimiento y sabiduría que guardan sus páginas, libre de ello, nada podrá reemplazar esa
bibliosmia y la textura del papel.

La Bibliosmia puede definirse como la grata sensación que produce en las personas el olor de los libros antiguos.

Aunque no hay una acepción concreta, la Bibliosmia puede definirse como la grata sensación que produce en las personas el olor de los libros antiguos, sensación que solo se percibe en estos santuarios para bibliófilos en donde se encuentran verdaderas reliquias que no se hallan en las librerías modernas.
En mis búsquedas a través de los años, encontré una versión centenaria de la segunda parte del Quijote, una impresión de 1820 de El Espíritu de las Leyes, de Montesquieu, que es el libro más antiguo que poseo, una Gaceta de Guatemala de 1843, libros del siglo XIX de diversa temática, obras clásicas en ediciones de los años cuarenta y cincuenta, una Divina Comedia en soberbia encuadernación y periódicos del desaparecido Diario El Imparcial.

En este siglo XXI de libros digitales, perviven aún los libros impresos en papel vegetal, aunque con portadas plastificadas, sustituyendo así a las pastas de madera o de cartón, sus hojas impresas vienen abrillantadas por algún líquido químico en vez del antiguo barniz, que desapareció el olor de antaño.
Solo nos queda, esperando en Dios, que por lo menos lo que se vaya a escribir en ellos en este siglo sea de igual calidad a lo escrito en los siglos anteriores.

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