Javier Serrano-Puche
Profesor titular de Periodismo en la Universidad de Navarra.
Como explica el politólogo Arias Maldonado (el tono de la opinión pública constituye la atmósfera en que se desenvuelve la democracia), y las redes sociales (que se han erigido en mediaciones cada vez más importantes en la relación de los ciudadanos con la actividad política) son redes afectivas, cuyo empleo por parte de los usuarios habitualmente es más expresivo que deliberativo.
Esta nueva situación puede entenderse como beneficiosa en la medida en que facilita la participación de un mayor número de ciudadanos en la conversación. Pero, lamentablemente, también se constata que deriva en una “democracia de enjambre”, con palabras de Byung Chul Han, donde las muchedumbres reaccionan en flujos masivos de halago o descalificación y sacuden el espacio público, que se llena de un ruido que dificulta la reflexión y la conversación sosegada.
Esta nueva situación puede entenderse como beneficiosa en la medida en que facilita la participación de un mayor número de ciudadanos en la conversación.
En otras palabras: a pesar de que la tecnología digital hace aflorar nuevos hábitos cívicos (que, aunque alejados del ideal de debate público racional, pueden interpretarse como democratizadores), esa conectividad emocionalmente cargada conduce con frecuencia a sentimientos políticos primarios como la indignación o la rabia y puede derivar en discursos de odio o alimentar campañas de ostracismo social bajo las señas de una cultura de la cancelación.