sábado , 23 noviembre 2024
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Apuntes para superar la polarización (I)

Javier Serrano-Puche 

Profesor titular de Periodismo en la Universidad de Navarra.

Un matrimonio ve la televisión desde el sofá: en el plató,  dos personas se sitúan frente a sendos mapas meteorológicos. El presentador del telediario anuncia sonriente: “Ese fue Brad con el tiempo demócrata. Pasamos ahora a Tammy, que nos contará el tiempo republicano”.

La escena, de una viñeta publicada en The New Yorker en 2017, refleja con humor amargo cómo la polarización es uno de los rasgos distintivos de las sociedades occidentales contemporáneas, donde abundan las “circunstancias en las que las personas responden más a sentimientos y creencias que a hechos”, como define el Diccionario Oxford el término posverdad.

Polarización y posverdad son dos fenómenos relacionados con el traslado de la vida social a la red que hemos vivido en las dos últimas décadas; un proceso que implica cambios de calado en la esfera pública. En primer lugar, el desarrollo de plataformas que han socializado la capacidad de publicar contenidos a bajo coste permite a un número enorme de actores producir y difundir información en este nuevo escenario.

Polarización y posverdad son dos fenómenos relacionados con el traslado de la vida social a la red que hemos vivido en las dos últimas décadas.

Como consecuencia, los medios de comunicación tradicionales ya no tienen el control exclusivo del mercado de las noticias. Queda así configurado un entorno comunicativo denso y poblado por un número creciente de fuentes de información (y desinformación) de naturaleza diversa que compiten por la atención de las personas en ciclos cada vez más acelerados. Paradójicamente, esta sobreabundancia de noticias no conduce a una mejor comprensión de la realidad, ya que, a menudo, el ciudadano carece de las habilidades o los recursos para distinguir la información fiable de la que es falsa o está
intencionalmente sesgada. 

Los medios han dejado de ser, para gran parte de la sociedad, la autoridad que ayudaba a los ciudadanos a tomar mejores decisiones, a entender mejor el mundo que les rodea y a participar de manera más plena en la discusión pública. Las razones de este declive son variadas, pero una fundamental es que su modelo de negocio (tradicionalmente basado en la publicidad y el pago por consumo) se ha desmoronado, y en muchos casos ha arrastrado consigo la regla editorial, sacrificando la calidad y el rigor para entrar en la batalla por la atención de los usuarios.

Se hace con noticias que apelan a la curiosidad (luego raramente satisfecha), con titulares llamativos y a menudo de temática ligera o hasta morbosa. En este nuevo ecosistema, con audiencias cada vez más atomizadas, proliferan iniciativas seudoperiodísticas donde las fronteras entre información, opinión e ideología están difuminadas y se busca ante todo la viralidad, activando las emociones y la identificación partidista. Que el espacio digital sea la plaza pública conlleva también cierta sentimentalización de la vida social y política.

                                                                                 Continuará… 

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