António Guterres
Secretario General de las Naciones Unidas
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Amediados de noviembre, la población mundial alcanzará la cifra de 8 mil millones de personas, lo que da testimonio de los avances científicos y las mejoras que se consiguieron en materia de nutrición, salud pública y saneamiento. Sin embargo, a medida que aumenta la familia humana, también se vuelve más dividida.
Miles de millones de personas tienen graves dificultades; cientos de millones pasan hambre e incluso hambruna. Hay cantidades sin precedentes de personas en tránsito, en busca de oportunidades y tratando de superar deudas y penurias, guerras y desastres climáticos.
A menos que reduzcamos el enorme abismo entre los que tienen y los que no tienen, estamos allanando el camino hacia un mundo con 8 mil millones de habitantes dominado por tensiones y desconfianza, crisis y conflicto.
Los hechos hablan por sí solos. Un puñado de multimillonarios controla la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial. Una quinta parte de los ingresos mundiales va a parar a los bolsillos del 1 por ciento más rico, y la población de los países más ricos tiene una esperanza de vida hasta 30 años más prolongada que la de los más pobres.
A medida que aumenta la familia humana, también se vuelve más dividida.
En las últimas décadas, esas desigualdades fueron aumentando a la par de la riqueza mundial y la calidad de la salud.
Además de estas tendencias a largo plazo, la aceleración de la crisis climática y la recuperación desigual de la pandemia de Covid-19 están potenciando hasta el extremo las desigualdades. Vamos camino de una catástrofe climática, y las emisiones y temperaturas no dejan de aumentar.
Las inundaciones, tormentas y sequías están destrozando países que prácticamente no contribuyen al sobrecalentamiento global.
La guerra en Ucrania agrava las crisis alimentaria, energética y financiera, y las economías en desarrollo son las más afectadas. Estas desigualdades se cobran el precio más alto entre las mujeres y las niñas, y entre los grupos marginados que ya sufren discriminación.
Muchos países del Sur Global se enfrentan a enormes deudas y una pobreza y hambre cada vez mayores, además de los efectos cada vez más amplios de la crisis climática, por lo que son mínimas sus oportunidades de invertir en una recuperación sostenible de la pandemia, la transición a la energía renovable o la educación y la capacitación para la era digital. El enojo y el resentimiento contra los países desarrollados están en su punto máximo.
Las divisiones tóxicas y la desconfianza demoran y estancan multitud de cuestiones, desde el desarme nuclear hasta el terrorismo y la salud global.
Debemos poner freno a estas tendencias dañinas, recomponer las relaciones y encontrar soluciones conjuntas a los retos que tenemos en común. El primer paso es reconocer que estas desigualdades fuera de control son una elección, que los países desarrollados tienen la responsabilidad de rectificar desde este mismo mes, en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima que se celebrará en Egipto y la cumbre del G20 de Bali.
Espero que la COP27 logre un Pacto de Solidaridad Climática histórico en que los países desarrollados y las economías emergentes se unan en torno a una estrategia común y aúnen sus capacidades y recursos por el bien de la humanidad.
Los países más ricos deben proporcionar apoyo financiero y técnico a las economías emergentes más importantes para que abandonen los combustibles fósiles. Es la única esperanza que nos queda para cumplir los objetivos climáticos.