Los poseedores tenían obligación de llevar el Día de Todos los Santos un robo de trigo y un hacha de cera, que tras estar allí aquella fiesta la del día siguiente de las Ánimas, quedaban para la parroquia.
Algunas personas dejaban esa carga a sus herederos y su cumplimiento era obligatorio para continuar con el derecho a la sepultura. Otros preferían dotar la sepultura con 50 ducados y entonces era la Obrería la que corría con la colocación del trigo y el hacha, respetando la exclusividad.
Las que ostentan la letra D en el plano indican que estaban dotadas y en las que figura DD, quiere decir que estaban doblemente dotadas. La documentación del encajonado de Leiza (1773) resulta muy interesante, no solo por haber conservado su diseño, sino por las ideas que contiene en torno a la salubridad.
Posó un grupo de mujeres ataviadas con el traje tradicional salacenco en la escalinata de la parroquia de Ochagavía.
En el condicionado se exigía que las fosas se abrirían como puertas, por la comodidad de los fieles y por la simetría con el templo, porque “si parece mal a la vista vestido un hombre bellamente en el cuerpo y en los bajos feamente, también parecerá feamente entrar en un templo hermoso y que en su entrada ofenda a la vista su pavimento”.
En cuanto a la salud, “prenda más amable que tenemos en lo temporal en este mundo”, apuesta por no respirar el aire corrupto evitando su exhalación cerrando perfectamente las sepulturas, sin que quedase grieta alguna. Argumenta que algunos países del norte habían optado por enterrar lejos de las iglesias, práctica que se impondría unos años más tarde en España.
Por ello se pide que las sepulturas tuviesen sus marcos ajustados y previene sobre la necesidad de hacer una rendija con su tapón, para introducir en la misma un hierro o llave para abrir la cubierta de la fosa. En 1924 el estudio fotográfico pamplonés de Roldán realizó un amplio reportaje para la Exposición sobre El Traje Regional e Histórico (Madrid, 1925), por encargo de la Comisión del Traje Regional de Navarra.
Para la instantánea que presentamos posó un grupo de mujeres ataviadas con el traje tradicional salacenco en la escalinata de la parroquia de Ochagavía, portando la ofrenda tradicional a los difuntos o luz de los muertos con una “argizaiola” sobre cesto de mimbre o “eskozaria”.
La primera, según Iribarren, está formada por una tabla rectangular y un mango para arrollar las madejas de cera que llevan las mujeres a la iglesia para alumbrar la fuesa o sepultura familiar durante los funerales, misas y aniversarios. La foto de Villanueva de Araquil con sus vecinos y vecinas en la puerta de la iglesia ante un féretro, en el Día de Difuntos, se publicó en la revista La Avalancha, en noviembre de 1931.