Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Por tanto, la foto será de 1924 y de gran valor porque es anterior a las reformas llevadas a cabo cincuenta años más tarde, muy desafortunadas desde el punto de vista del patrimonio cultural.
Los encajonados de San Cernin y la parroquia de Leiza. El encajonado o plan de sepulturas de madera de San Saturnino de Pamplona fue realizado en 1756 por Miguel Antonio Olasagarre y José Antonio Huici, dándolo por bueno Juan Antonio Andrés. Poco antes, en 1753, se hizo el de la parroquia de San Nicolás por el carpintero Francisco de Aguirre, según el modelo que acababa de hacer en la parroquia de San Lorenzo. El de San Nicolás de la capital navarra se conserva, al igual que el de los dominicos de la misma ciudad. Entre los encajonados de piedra destaca el del claustro de Los Arcos, ejecutado por el cantero vizcaíno Antonio de Barinaga, con diseño del monje cisterciense fray Pascual Galbe, en 1752. Pero el más sobresaliente fue el del claustro de la catedral pamplonesa, con 316 sepulturas, realizado en 1771 por los maestros de obras José Echeverría y Miguel Armendáriz, siguiendo el plan diseñado por el prestigioso Juan Miguel Goyeneta.
Centrándonos en el de San Saturnino, un plano del templo, conservado en el archivo parroquial y fechado en 1796, contiene la relación de todas las sepulturas numeradas por filas. Don Juan Albizu publicó, en su monografía de 1930, los poseedores de todas ellas, junto a unas reflexiones sobre una moda que se abría paso hace un siglo, la de flores y coronas, que critica al amparo de la legislación canónica y civil para los que no fuesen niños, citando la Novísima Recopilación de Navarra y otros textos jurídicos. Tras ello concluye: “Pero, desgraciadamente, en esto como en muchas cosas, las leyes son cosa muerta y se abandonan costumbres piadosas y tradicionales por adoptar otras exóticas: los oficios litúrgicos y tiernas plegarias de la Iglesia cantadas por sus ministros; las misas; las devotas oraciones; los cirios de cera iluminando los sepulcros; las ofrendas para contribuir al sostenimiento del clero y sus ministros, todo eso lleva el sello tradicional y cristiano, pero las flores a granel, las coronas, los cinco minutos de silencio … eso trae la etiqueta de América y algo huele a paganismo”.
La sepultura podía ser con derecho exclusivo a una persona, extensivo o no a sus descendientes. Esto último quedaba en manos de la Obrería, especie de Junta Parroquial con amplísimos poderes.
Continuará…