Pablo Allard Serrano
Facultad de Arquitectura y Arte
Hace siglos que las monarquías dejaron de ser mecenas de las artes y la cultura, y aquellas que sobreviven evitan tomar posiciones políticas o ideológicas que los comprometan en la esfera pública.
Una llamativa excepción es la declarada afición (bordeando la obsesión) del nuevo rey Carlos III de Inglaterra con la arquitectura. Inspirado en el pensamiento de filósofos tradicionalistas como Roger Scruton y el urbanista León Krier, Carlos III ha sido un gran promotor y defensor de la arquitectura tradicional inglesa, al nivel de protagonizar intensas polémicas con los principales cultores de la vanguardia arquitectónica.
Todo empezó en 1984, cuando lanzó un duro discurso en la cena anual del Royal Institute of British Architects en que fustigó una propuesta para construir un moderno edificio que albergaría las nuevas salas de la National Gallery.
Si bien el proyecto era malo, en un Londres donde florecían movimientos como el High-Tech de manos de Richard Rogers y Norman Foster.
“Lo que proponen hacer es una especie de forúnculo monstruoso en la cara de un amigo muy querido y elegante”, sostuvo Carlos. Si bien el proyecto era malo, en un Londres donde florecían movimientos como el High-Tech de manos de Richard Rogers y Norman Foster, y las primeras especulaciones deconstructivistas de Zaha Hadid y Rem Koolhaas, muchos vieron en sus palabras una amenaza a las prácticas arquitectónicas de avanzada.
La guerra ya estaba declarada, y dos años después, el monarca fundó y financió el Instituto de Arquitectura del Príncipe de Gales, “para enseñar y demostrar en la práctica aquellos principios del diseño y la arquitectura tradicionales, que ponen a las personas y las comunidades en el centro del proceso”, institución que ha cambiado tres veces de nombre y que ha formado a cerca de 8 mil arquitectos y artesanos, pese a una serie de escándalos administrativos.
En paralelo, el monarca ideó lo que sería su principal legado: la ciudad modelo de Pondbury.
Ubicada en las afueras de Dorchester, y emplazada en terrenos de la corona, junto al urbanista Krier comenzaron a trazar un barrio que trataría de recuperar la forma urbana de las ciudades tradicionales y la arquitectura de los lenguajes clásicos británicos.
Para promover y validar su posición, en 1989 publica el libro Una visión de Gran Bretaña: mi mirada personal de la arquitectura, el cual no logra mayor impacto, mientras las obras de Pondbury avanzaron con relativo éxito inmobiliario. Krier era parte del movimiento “nuevo urbanismo” que, en respuesta a la ciudad funcional moderna, desde los 80 promovían la idea de volver a la ciudad tradicional, con preceptos que hoy hacen mucho sentido, como barrios más caminables, con mix de usos, densidades e integración social, pero adhiriendo a una estética del pasado.
Finalmente, Pondbury no pasó a los anales de la arquitectura. Más allá de su posición reaccionaria ante la arquitectura contemporánea, hay que destacar el compromiso y pasión del rey frente al tema, así como la relevancia que le ha dado a las formas de habitar y mediar entre el medioambiente natural y el construido.