sábado , 23 noviembre 2024
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¿ARTISTAS EMERGENTES?

Guillermo Monsanto 

[email protected]

Foto: Cortesía Guillermo Monsanto

No hace mucho escribía Lucía Morán Giracca, más o menos con estas palabras, que muchos artistas estaban atrapados en un círculo. Círculo que parecía relegarlos al eterno espacio de creadores emergentes sin importar su trayectoria. Y, sin lugar a duda, el pensamiento no se aleja de la verdad.

Creo que la razón de esta percepción radica en la cuota de poder que manejan algunos curadores, su agenda “políticamente correcta” y la falta de pensamientos críticos de fondo relativos al amplio ejercicio expresivo guatemalteco. Mapa constituido por una compleja y extensa diversidad.

Claro que hay buenos libros de arte. Desde 1989 se han multiplicado y generalmente están relacionados con la necesidad de dejar registros, rescatar obras y gestionar memorias específicas. El problema que tienen estas publicaciones, que usualmente poseen contenidos lúcidos, es la dificultad para acceder a ellos. Estos son libros de lujo que no llegan, la mayoría de las veces, ni a los anaqueles de las bibliotecas universitarias.  

No hay una idea clara de la cantidad de artistas activos y la diversidad de sus productos.

Desde finales del siglo XX, y en los veintidós años que han transcurrido de la presente centuria, los creadores visuales multiplicados por la tecnología comenzaron a ocupar los espacios disponibles para exponer sus desvelos. Nuevas galerías inyectadas de sangre joven y proyectos colectivos se han sumado al nutrido repertorio propuesto por otras instituciones más antañonas en tal cantidad que han eclipsado la posibilidad de identificarlos a todos sin cometer imperdonables omisiones. De allí que crear un listado único e inequívoco se hace cuesta arriba, pero hay que hacer un intento.

Entre los artistas que van definiendo el imaginario contemporáneo, listo primero a Luis Caal, protagonista indispensable en los centros de difusión, y que pertenece a ese conglomerado que se ha interesado por el color y el dibujo.  Sus cuadros rebozan poesía, delicadeza y oficio.  Hay algo en su repertorio, algo que le ata a otros compañeros que exploran la figura humana y la abstracción de la belleza.    

Artistas como Edwin Bixcul o Wilson Botzoc fusionan su experiencia cotidiana con lenguajes que podrían percibirse como tradicionales por ser ejecutados sobre lienzo.  El dominio técnico demuestra que su pintura proviene del rigor y el estudio.  Cada uno toma elementos comunitarios para dotarlos de armonía compositiva. 

De Quetzaltenango, por ejemplo, Francisco José García propone a partir de la riqueza que le otorga la memoria de su entorno. En el presente vive en Europa, pero su obra sigue mostrando referentes regionales incuestionables.  

El paisaje pareciera no desaparecer del interés del chapín. Quizá la permanencia de esta corriente es la respuesta a la necesidad de la honestidad que ya no se percibe en algunos certámenes. Las luminosas acuarelas de Edwin González responden a esta premisa de manera contundente. El refinamiento de una expresión tan difícil solo la puede llevar a buen término alguien que verdaderamente sabe pintar (Continuará). 

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Creo que la razón de esta percepción radica en la cuota de poder que manejan algunos curadores, su agenda “políticamente correcta” y la falta de pensamientos críticos de fondo relativos al amplio ejercicio expresivo guatemalteco. Mapa constituido por una compleja y extensa diversidad.

Claro que hay buenos libros de arte. Desde 1989 se han multiplicado y generalmente están relacionados con la necesidad de dejar registros, rescatar obras y gestionar memorias específicas. El problema que tienen estas publicaciones, que usualmente poseen contenidos lúcidos, es la dificultad para acceder a ellos. Estos son libros de lujo que no llegan, la mayoría de las veces, ni a los anaqueles de las bibliotecas universitarias.  

No hay una idea clara de la cantidad de artistas activos y la diversidad de sus productos.

Desde finales del siglo XX, y en los veintidós años que han transcurrido de la presente centuria, los creadores visuales multiplicados por la tecnología comenzaron a ocupar los espacios disponibles para exponer sus desvelos. Nuevas galerías inyectadas de sangre joven y proyectos colectivos se han sumado al nutrido repertorio propuesto por otras instituciones más antañonas en tal cantidad que han eclipsado la posibilidad de identificarlos a todos sin cometer imperdonables omisiones. De allí que crear un listado único e inequívoco se hace cuesta arriba, pero hay que hacer un intento.

Entre los artistas que van definiendo el imaginario contemporáneo, listo primero a Luis Caal, protagonista indispensable en los centros de difusión, y que pertenece a ese conglomerado que se ha interesado por el color y el dibujo.  Sus cuadros rebozan poesía, delicadeza y oficio.  Hay algo en su repertorio, algo que le ata a otros compañeros que exploran la figura humana y la abstracción de la belleza.    

Artistas como Edwin Bixcul o Wilson Botzoc fusionan su experiencia cotidiana con lenguajes que podrían percibirse como tradicionales por ser ejecutados sobre lienzo.  El dominio técnico demuestra que su pintura proviene del rigor y el estudio.  Cada uno toma elementos comunitarios para dotarlos de armonía compositiva. 

De Quetzaltenango, por ejemplo, Francisco José García propone a partir de la riqueza que le otorga la memoria de su entorno. En el presente vive en Europa, pero su obra sigue mostrando referentes regionales incuestionables.  

El paisaje pareciera no desaparecer del interés del chapín. Quizá la permanencia de esta corriente es la respuesta a la necesidad de la honestidad que ya no se percibe en algunos certámenes. Las luminosas acuarelas de Edwin González responden a esta premisa de manera contundente. El refinamiento de una expresión tan difícil solo la puede llevar a buen término alguien que verdaderamente sabe pintar (Continuará). 

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