Guillermo Monsanto
Foto: Cortesía Guillermo Monsanto
La semana pasada finalicé mi columna señalando un singular número de escultoras participantes en la convocatoria Junkabal. Aunque no listé a todas por razones de espacio, sí es de hacer sobresalir que hay un fuerte movimiento femenino cuyos orígenes podrían estar vinculados con la Escuela Municipal de Escultura, la ENAP, UP, talleres particulares y la relación interdisciplinaria a través actores independientes como Beberley Rowley o el colectivo Hecho en Guatemala.
Siguiendo con este tema, es notorio que hace un siglo, salvo la excepción de Antonia Matos, no se hablaba de féminas profesionales en el campo del arte. También es importante señalar el dominio de técnicas alternativas que van más allá de la fundición a la cera perdida o la talla directa sobre piedra o madera. En este caso, ya hablando en general, los escultores han propuesto innovaciones interesantes.
El catálogo es muy variado y amplio. Patty Valladares trabaja junto a Tache Ayala una obra titulada La vie en rose. Este lienzo atrapa la esencia espiritual de sus autoras y dialoga con los trabajos de otras pintoras que se decantan por la belleza como motivo. Entre ellas, Christine Varadi, Iveth Vallar, Jenny de Tinoco, María Olga Pinto, la ya mencionada Ana Lorena Núñez, Hyo Na Chung Yoon o Raquel Alvizures, entre otras.
Cada exposición se convierte en una propuesta museística debido a sus retos y contenidos.
La oferta incluye, además de lo ya sugerido, grabado y fotografía. También hay presencia de artistas consolidados por la historia como la Ninfa, de Rodolfo Abularach; las dos refulgentes pinturas de Adán Aguilar Amézquita; los abstractos de Ramón Ávila (maestro atemporal de la plástica guatemalteca); Rudy Cotton; Alfredo García, siempre proponiendo desde un surrealismo regional lleno de poesía y magia; el internacional Luis González Palma (con una exposición importante en el Museo Nacional de Arte Moderno).
A los listados se suman Erwin Guillermo; Ingrid Klüssmann (quien acaba de celebrar los 50 años de fundación de El Túnel); Dennis Leder, que se presentó con un guaché sobre papel titulado Córdoba que bien podría ser la rareza de la exposición; el grabador Guillermo Maldonado, que hoy propone desde otras técnicas como la acuarela y los lápices de colores; Jorge Mazariegos Rodríguez; Arturo Monroy, cuyo refinado pincel queda manifiesto en El clásico rojo y El clásico en mar Caribe (piezas características en su iconografía actual); la tinta Azacuán, de Arnoldo Ramírez Amaya; los acrílicos de José Toledo, y el collage De la serie Oriente, de Mónica Torrebiarte. Cada uno con personalidad plástica definida y con un legado que marca especialmente la expresión de su tiempo.
Y el espacio me quedó corto por lo que quizás haya una tercera entrega. La colectiva cuenta con una importante y vital presencia emergente. La fuerza de los artistas del área del occidente guatemalteco está más que marcada en el catálogo virtual. Lo mismo pasa con otras obras y autores que van tomando su posición en el gusto del coleccionista.