Teresa Reina Uribe
Periodista e historiadora
Revista Nuestro Tiempo
El verano de 1972 Pamplona acogió la primera y última edición de lo que pretendía ser una bienal de vanguardia en Europa: una semana de performances y música electrónica, a veces bajo edificios efímeros. España no estaba preparada para algo tan disruptivo y muchas obras no se entendieron: destrozaron los ninots de Equipo Crónica, robaron las flores de los corredores de Llimós y hasta rajaron las cúpulas neumáticas de Prada Poole.
Aunque la experiencia podría considerarse un fracaso, lo cierto es que los Encuentros de Pamplona marcaron un hito en la historia del arte contemporáneo patrio.
Madrid, 1 de febrero de 2021. La ciudad se recupera de una nevada memorable. En el barrio Hispanoamérica, en una calle cualquiera, una puerta gris sin rótulo se abre quejosa y lenta. En el umbral aparece un señor bajito, el rostro curtido por el paso del tiempo. Las cejas pobladas y la calvicie le dan un aire adusto, pero la sonrisa no tarda en aparecer, y no se irá en toda la velada.
El estudio de José Luis Alexanco es pequeño, o lo parece, porque está lleno de cosas, pero cada una ocupa su lugar. De fondo se oye el murmullo agradable de una canción persa, que se apresura a pausar en su cuenta de Spotify. Tiene un equipo de ordenadores con varias pantallas, en un par de mesas al final de la sala.
España no estaba preparada para algo tan disruptivo y muchas obras no se entendieron.
Los libros se apilan en estanterías; muchos parecen catálogos repetidos. Los acompañan formas humanoides de plástico transparente de diferentes colores, las siluetas derretidas de algún caminante.
En los huecos libres de las paredes cuelgan máscaras de culturas remotas y carteles de exposiciones y eventos, en los que se repiten sin cesar dos palabras: Soledad interrumpida.
Una soledad que significó, en realidad, la mejor de las compañías: es el título de la obra que Alexanco coprodujo con su amigo el músico Luis de Pablo en los setenta.
Las esculturas del primero con la melodía del segundo se integraron para ofrecer una pieza plástico-acústica. En su origen contaba con ciento cuarenta figuras iguales, de aspecto antropomorfo y blando.
Estos seres anónimos crecían y se encogían; eran hinchables, y un sistema mecánico les insuflaba o les quitaba el aire. Todo esto sucedía en penumbra, oscuridad rota en ocasiones por ráfagas de luz y proyecciones que aparecían de forma aleatoria. La música electrónica envolvía la escena.
Se estrenó en 1971 en Buenos Aires y viajó a París, Quebec, Ottawa, Múnich y Nueva York. Pero antes estuvo en Pamplona, en 1972.
En aquellos meses que pasaron entre una y otra representación de Soledad interrumpida, el dúo Alexanco-De Pablo revolucionó la capital navarra con el mayor evento de arte contemporáneo en España. Ambos prepararon los conocidos como Encuentros del 72.
Después de la representación en Argentina, la familia Huarte se puso en contacto con De Pablo para que proyectara una serie de conciertos. Él eligió a Alexanco como compañero de viaje y junto con Juan Huarte se embarcaron hace cinco décadas en una aventura cultural de vanguardia.
Juan era el segundo hijo de Félix Huarte, un destacado empresario de la construcción (levantó, por ejemplo, el Santiago Bernabéu) que dirigió un conglomerado de más de treinta compañías, ejerció la política y fue una de las figuras clave de la industrialización de Navarra, además de un destacado mecenas.
Sus hijos, Jesús, Juan, María Josefa y Felipe, heredaron de su padre la actitud emprendedora y la pasión por el arte. Su legado alcanza hasta hoy: el ejemplo más reciente lo ofrece el Museo Universidad de Navarra, inaugurado en 2015, que acoge la colección privada de María Josefa.