Foto: Archivo
David Lepe
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La semana del estreno de Minions: The Rise of Gru, nuevo filme de la saga del villano Gru y los divertidos amigos amarillos, corrimos con mi familia a verla en pantalla gigante.
Lo que más me gusta de ir al cine en familia a una sala especial para niños es que descanso de preocuparme de que mi hija de 6 años hable en voz alta o haga ruidos en la sala, ya que todos los pequeños asistentes lo hacen. Ellos gritan, preguntan, lloran, botan los poporopos y vomitan, todo en alto volumen. Es una fiesta magnífica.
Reímos mucho y salimos del cine dibujando una sonrisa en el rostro. Como dicen los gringos: “Having fun at the movies” (“divirtiéndose en el cine”, en castellano).
Pero horas después, ya recordando la película y los personajes, me di cuenta de que el filme es un desastre. La historia no tiene coherencia y los chistes de los Minions son repetitivos. Hay demasiados traseros amarillentos para un solo largometraje. Dentro de la sala de cine no lo noté, ya que Minions: The Rise of Gru me ametralló con colores fuertes y “gags” uno tras otro. Y después de 90 minutos casi exactos, ya había finalizado la apresurada aventura.
Cinco días después regresé a las salas de cine con un amigo a ver Thor: Love and Thunder. La experiencia fue similar. Aunque no reí tanto, salí de la proyección contento y emocionado. Ya en el carro de regreso a casa, una idea me cayó en la cabeza como un trueno (¿notaron la referencia con el “Dios del Trueno”, eh?) y dije en voz alta: “¡Esa película también es un desastre!”
Y se inició una tormenta de recuerdos de momentos en el filme que odié: Un Thor demasiado estúpido y un filme que parecía incompleto y editado con machete. Y dos odiosas cabras gritonas como guinda en el pastel.
Mientras veía Thor: Love and Thunder, pensaba: “Qué bien, los Guardianes de la Galaxia… ¿terminó el cameo? Lástima. Veremos cómo se transforma Jane en Thor… no lo mostraron en el filme, ni modo. Vamos a ver cómo Gorr el Carnicero de Dioses aniquila a estos seres divinos… ¡tampoco lo incluyeron!”
Pero cuando terminó la película y esperaba las clásicas escenas poscréditos, mi mente no procesó rápido estos pensamientos críticos. Fue como si un tren de azúcar, que llevaba a Guns N’ Roses a todo volumen, me hubiera atropellado y la sacarina anestesió mi cerebro.
En ambos casos, me sorprende que me la pasé tan bien con dos películas tan mal relatadas.
En ambos casos, me sorprende que me la pasé tan bien con dos películas tan mal relatadas. Ya con varios días de reflexión, surge en mi mente la idea de que esta puede ser la nueva tendencia en cuanto a contar historias en cine y televisión, sobre todo en los géneros relacionados con acción y aventura: Exceso de colores brillantes, chistes y bulla, dejando por un lado la historia y desarrollo de personajes.
Es como dar de comer al espectador una gran cubeta de dulces durante 90 o 120 minutos. El azúcar en altas dosis acelera el cerebro. Claro, algunos cuerpos somos más sensibles que otros a sus efectos.
Y por lo visto en las cifras de ganancias en taquilla, parece que a las masas les encanta lo azucarado y son más resistentes. Ya veremos cuánto dura esta fórmula de contar historias.