Manuel Cruz Ortiz de Landázuri
Profesor de Historia de la Filosofía Antigua, Ética
Ante la guerra fratricida que vive Tebas tras la marcha de Edipo, se mostrará intransigente con el cadáver de Polinices. Esta es la raíz de su enfrentamiento con Antígona, que provocará también su propia tragedia: “No estoy dispuesto a desmentirme frente a los ciudadanos, y he de darle muerte”.
Creonte prefiere mantener la fuerza de las normas a mostrar misericordia, y aquí también la soberbia será castigada por los dioses con la ruina de su familia. Su éxito en la gestión de los asuntos públicos le lleva a cerrarse en sus propios planteamientos: “Al que pone en el mando la ciudad es menester obedecerle no solo en las minucias, sino en lo justo y aun en su contrario”.
Creonte equipara las normas que él promulga a lo conveniente, pero la vida misma guiada por los dioses le harán ver que es un insensato.
Sófocles nos presenta a Antígona como ejemplo del liderazgo basado en el sentido común y la piedad.
Por último, Sófocles nos presenta a Antígona como ejemplo del liderazgo basado en el sentido común y la piedad: “No he nacido para compartir el odio, sino el amor”.
Aquí, frente a la racionalidad de la ley, aparece una racionalidad distinta, que apunta a valores universales: la donación desinteresada por el hermano muerto, el hacer valer aquellas normas más profundas que las leyes humanas “pues su vigencia no viene de ayer ni de hoy, sino de siempre, y nadie sabe desde cuándo aparecieron”.
Esto es precisamente lo que la convierte en una heroína en la historia de Occidente, con un poder para mover los corazones de todos. Su debilidad como líder estriba en la falta de pragmatismo que podría haber llevado la historia a un final distinto. Ahora bien, aunque muere trágicamente, pasará Antígona a la historia de la literatura como una auténtica heroína de los valores universales. Tanto Edipo como Creonte habrán aprendido algo de ella al final de la trilogía de Sófocles.