Manuel Cruz Ortiz de Landázuri
Profesor de Historia de la Filosofía Antigua, Ética
La tragedia griega no solo fue expresión de lo apolíneo y lo dionisiaco (aquellos impulsos de moderación y desmesura que situaba Nietzsche en la raíz de la creación artística), sino también una escuela de modelos de liderazgo. Sófocles supo ponernos frente a los problemas fundamentales de todo gobierno humano a través de los personajes de su gran trilogía en torno a Edipo, Creonte y Antígona.
La acción transcurre en la ciudad de Tebas. Ante una pandemia sin aparente remedio, vemos al temeroso Edipo obligado a hacer frente a su propio pasado. ¿Quién es Edipo? Aparentemente, un hombre de éxito, con un relato sobre sí mismo capaz que le confiere autoridad frente al pueblo. Él había sido capaz de resolver el enigma de la Esfinge y por ello fue coronado rey. Ahora bien, Edipo se ha fabricado un relato sobre sí mismo que pronto tendrá que ser cuestionado. Se trata de un líder que tiene el clamor popular pero que no ha desarrollado todavía un freno a su hybris, la soberbia que castigan los dioses. Los hechos le obligan a replantearse su propia identidad y descubrir sus oscuros orígenes. Conforme indaga acerca del asesinato del anterior rey reinterpreta su propia historia. Todo su relato inicial queda desmontado y solo al final de la tragedia, cuando ha descubierto su verdadera identidad y lo ha perdido todo (hasta los ojos), el pobre Edipo se declara feliz, ya que al menos ahora se conoce a sí mismo y tiene el apoyo de su familia: “Hace tiempo, ¡oh, hijas mías!, yo no veía mejor; no discernía nada y fui vuestro padre fecundando el seno en donde yo mismo había sido sembrado”. Dos lecciones de liderazgo claras de la tragedia: en primer lugar, el poder se fundamenta en un relato, y este se somete siempre al test de la verdad; en segundo lugar, no hay verdadero líder sin el autoconocimiento, y eso supone tener la humildad de enfrentarse a la propia verdad.
Frente a Edipo tenemos a Creonte, ejemplo de realismo político exagerado. Aquí nos presenta Sófocles al líder poco silencioso que basa el poder en la fuerza de las normas. Creonte no es simpático, no posee carisma, pero apoya su liderazgo en el racionalismo pragmático y la defensa de la ley. Su punto fuerte es que se conoce a sí mismo y sabe que no tiene dotes para entusiasmar a pueblo. A él no le interesa estar en el centro de la opinión pública, sino poder manejar los asuntos de la ciudad, y lo consigue siempre. Ahora bien, Creonte se sitúa en el ámbito tecnocrático: posee un arte político basado en el saber hacer y manejar, pero no en involucrar a los demás en torno a un relato, un proyecto. De hecho, su debilidad como líder reside precisamente en no empatizar con los demás, en no mostrar misericordia frente a los males ajenos.
Continuará…