sábado , 23 noviembre 2024
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El síndrome del parado y sus riesgos

Cuando el paro de larga duración no se vive en carne propia, se ve
solamente como un problema económico. Se ignora así que trabajar no solo satisface nuestras necesidades primarias, sino que tiene, además, un componente de autorrealización.

Mediante el trabajo, la mayoría de las personas forjan parte de su vida, expresan su personalidad, desarrollan sus capacidades y se realizan como tales. La inactividad laboral prolongada afecta al proceso de realización personal y genera tanto desequilibrio psicológico como biológico, pudiendo llegar a una posible enfermedad conocida como ‘síndrome del parado’.

La reacción psicológica ante los problemas de desempleo tiende a variar con relación a la edad y la personalidad de cada individuo. Un ciudadano promedio, que depende de su trabajo para subsistir, puede padecer de alteraciones del sueño, ansiedad y depresión. En nuestro caso, me referiré a un trabajador de unos 40 años que pierde su empleo debido a que su empresa se ha visto obligada a hacer una reducción de plantilla.

La inactividad laboral prolongada afecta al proceso de realización
personal.

Benedicto XVI, en su encíclica Cáritas in veritate, habla de las personas que permanecen sin trabajo durante mucho tiempo y, por lo tanto, dependen de la asistencia pública o privada, disminuyen su libertad y creatividad, y resultan afectadas sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual.

Hay desempleados de larga duración que se sienten culpables de su situación, y lo toman como un fracaso personal. Una investigación de la British Medical Journey asegura que esas personas tienen el riesgo de suicidio entre dos y tres veces mayor.

Los expertos advierten que en el futuro esta situación será cada vez más frecuente, por lo que hay que empezar ya a prepararse psicológicamente para afrontar la inactividad prolongada. El parado de larga duración tiende a seguir un proceso con tres fases. La primera es la de confianza excesiva e infundada en conseguir pronto un nuevo empleo, por lo que lo aplaza.

La segunda fase es la de búsqueda de empleo. Si las gestiones no dan resultado, puede surgir el pesimismo y la angustia. En una tercera fase aparece la creencia de que ya no se encontrará trabajo y que ello se debe a la propia incapacidad e incompetencia. Según la teoría de la Indefensión Aprendida, desarrollada por Martin Seligman, si una persona agota todas las posibilidades para conseguir un objetivo básico para su vida, experimentará que, haga lo que haga, su situación no cambiará, por lo que renuncia a actuar.

El parado suele mantener en secreto su estado anímico, sea por vergüenza, sea porque cree que nadie puede comprenderle. Pero los pensamientos y sentimientos negativos no expresados ni compartidos aumentan el problema inicial.

Lo ideal es que el proceso que desemboca en el síndrome del parado sea interrumpirlo en su segunda fase. Se trata de no darse por vencido en la búsqueda de empleo. Esa perseverancia es fruto de una previa educación de la voluntad que se forja afrontando dificultades. Los obstáculos en la búsqueda de empleo serán así retos estimulantes. También ayudará la formación recibida y las competencias desarrolladas para el actual trabajo cambiante.

Para evitar el síndrome del parado, son más eficaces las medidas preventivas que las correctivas. Entre las primeras son recomendables las que menciono seguidamente. Disposición para aprender y formarse de forma continua.

Según la encuesta internacional Workmonitor, elaborada por la empresa Randstad sobre las expectativas laborales de los trabajadores, los que presentan un nivel formativo alto son los que más apuestan por su continuidad laboral, frente a los empleados que cuentan con un nivel de estudios bajo, que albergan más dudas sobre su futuro profesional.

Ser flexible y adaptable ante las diversas situaciones y formas de trabajo. Las compañías buscan, cada vez más, empleados con un alto poder de adaptación. Las empresas actuales demandan mucho las competencias emocionales y sociales. Incluye la capacidad de interactuar con otras personas para poder compartir experiencias.

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