En 1992, a tres años de la caída del Muro de Berlín, Francis Fukuyama publicó su best seller El fin de la historia y el último hombre, en el que aseguraba que el liberalismo había triunfado sobre las utopías, que las disputas ideológicas ya no tenían sentido puesto que el capitalismo (una ideología más) prevalecería, y que Estados Unidos era la única nación donde la sociedad sin clases era posible, entre otras afirmaciones.
Tras ellas concluía que la historia había terminado y que el último hombre sería un demócrata liberal. La imaginación de Fukuyama no es sorprendente; lo increíble fue la cantidad de ingenuos que abrazaron sus dichos como dogmas de fe. Transformaron su libro en un superventas y definieron sus ideas como la verdad (y después inventaron la posverdad).
30 años después, Rusia invade Ucrania y anuncia una nueva Guerra Fría; la OTAN suma aliados apoyada por Turquía; se levanta un nuevo muro entre Oriente y Occidente; según el ranquin de The Economist, menos de la mitad de la población mundial vive en democracias liberales (74 de 167 países), y descendiendo; las elecciones en Estados Unidos, Colombia y Chile, y ahora en Brasil y muchos otros países, son las más polarizadas ideológicamente en varias décadas. El ejemplo de Fukuyama nos sirve para mostrar que en la complejidad del mundo actual comulgar con ruedas de carreta es cada vez más peligroso.
Nos sirve para mostrar la complejidad del mundo actual.
Nuestra ansiedad por encontrar certezas y “normalidad” es caldo de cultivo para predicadores de dudosa altura intelectual que explotan el pensamiento mágico. Buscamos al nuevo gurú que (ahora sí que sí) nos anticipará el futuro que nos tocará vivir y lo que debemos hacer para aprovecharlo. La incertidumbre que nos agobia obedece principalmente a nuestra incapacidad de comprender que la complejidad que experimentamos consiste justamente en la pérdida de certezas.
Para orientar nuestro accionar debemos imaginar futuros posibles desde sus hebras de configuración en el presente: abrirnos a más posibilidades antes que cerrarnos hacia un futuro que alguien nos dibuje. Trabajar con futuros es una disciplina de la prospectiva, no un ejercicio de adivinación propio de aficionados. Ante la impredictibilidad del futuro, las empresas deben desarrollar fortalezas de adaptación en todos los ámbitos; sobre todo en el social.
La incorporación profesional del análisis evolutivo y las metodologías prospectivas en las decisiones estratégicas de negocios es un aporte.